Porque cuando me miras pienso que aún te gusto, que no somos tan diferentes; pero entonces recuerdo que he cambiado, que las cosas no son como antes, entonces me odio por haber perdido el gusto por tu sonrisa y por esas tus miradas que me hacían soñar.
Y es triste, el corazón ya no late con esa fuerza heroica, ya no suele pasar calor cuando, en el crudo invierno, viene tu recuerdo e intenta despertar viejos hábitos que olvidé, perdona princesa pero ya no me hacías feliz.
¿Ahora sufres, verdad? Ahora te preguntas cosas, lo sé.
Pero yo ya no puedo rescatarte. Me cansé de ser el villano que buscaba la paz, de ser el gilipollas que desabrochaba tu manoseado corsé; y sólo espero que entiendas que este no será el final, que volverás a dormir con otros, ya nada me puede importar. Ahora tienes toda la tranquilidad: no tendrás que volver antes del amanecer, no tendrás que temer por romper mis ilusiones como un delicado cristal, creo que mis ilusiones las rompiste la vez que supe que nunca, lo nuestro, sería para ti lo principal.
Y he de reconocer que en algún instante del momento un arañazo recorre mi espina dorsal, es una especie de sentido sentimental, ¿sabes que no te he podido borrar? Al menos no del todo, aún quedan esas noches inmensas de amor, esos brotes sinceros de pasión que no se olvidan, esos pozos sin fondo en los ahogábamos esa maldita desconsideración.
Y sí, princesa, aún guardo esas fotografías de carnet que nos hicimos aquella tarde de otoño, mientras miles de hojas caían en el boulevard.
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