Y como dos niños, jugamos. Y sin quererlo, nos hacemos daño.
Con cada beso que fingimos darnos, y no damos; con cada caricia que sólo roza la piel desnuda, sin sentir el tacto.
Una mirada basta, si quiero comprender tu silencio. Que no oculta más que la verdad que tus labios callan.
Que ya no me quieres, que sólo esperas el atardecer de nuestros días, porque el corazón que se aceleraba estando juntos ya no existe, y quedó oculto es un mundo de ilusiones, donde aveces lo rescato entre las sombras, cuando nadie me ve ni a nadie le importa.
Nada queda de ese cuento de finales felices; nada de esas historias de romances robados de algún paraíso prohibido.
Y, ¿de esa manzana?, no queda sino el sabor del último bocado que dimos; hace ya, tantos sueños perdidos.
Y aún pregunto, medio dormido ya tu recuerdo, sí me quisiste en algún momento. Pregunto, cuando sé que no habrá respuesta, sí ese amor, no fue fingido.
Niña de ojos verdes, que aún espero cuando fingo mirar el lejano horizonte, bañados en lágrimas mis ojos.
Labios pintados de rosa, que aún marcan con su carmín mi abandonado pecho, donde queda la marca de su cabeza recostada, cuando su aliento era la sinfonía más bella que podía darme el mundo y su sonrisa era el paisaje más puro del infierno.
Aveces, cuando miro el estrellado cielo, la recuerdo. Y las sílabas de su nombre resuenan en mi cabeza, como si una tormenta se desatase en silencio.
Y suspiro con temor a perderla.
Porque la realidad que dista del pensamiento, es que sueño aún con rozar su cuerpo, tiritando de emociones, que no son más que polvo, cuando despierto.
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