4 de diciembre de 1958
Abuela:
¿Recuerdas aquel olor a galletas recién hechas? Supongo que sí. Tan sólo tenemos que cerrar los ojos y rescatar de la profunda sima del olvido, aquel recuerdo. ¿Verdad que es precioso?
Hoy he vuelto a soñar contigo. Andábamos por la playa de Agüaso, yo de vez en cuando me paraba y liberaba de la arena una de esas conchas con las que tú solías hacerme un collar. ¿Verdad que pasamos buenos días allí? Sí... éramos prisioneros de una felicidad que aún cuesta describir. Supongo que estoy seguro de esta porque, cuando pienso en aquellos momentos, siempre suelo sonreír.
Dice mamá que pronto volveremos a visitar la casa de la playa. Pero yo no quiero obligarla. Sé que siempre que volvemos allí suele derramar alguna lágrima, cuando Alicia y yo estamos dando un paseo por la costa, y siente el susurro de un pasado que la atormenta más que a mi.
Alicia ahora tiene 4 años, aún es pequeña, pero empieza a dibujarse una sombra en su mirada cuando vamos al encuentro de Agüaso: nota que algo triste impregna las paredes. Yo no quiero que crezca bajo el cielo que te vio partir, ese, aún, permanece nublado; por ello, siempre que volvemos allí, la acompaño a buscar conchas a la rivera D'Obrein, y jugamos a ver quién coge las más bonitas. Yo lo hago con interés disimulado, a mi todas me parecen iguales. Coger conchas sin ti ya no es algo divertido, pero tengo que fingir que así lo es. Ahora me pregunto, abuela, ¿tú fingiste por mi? Supongo que no, o sí. No lo sé. Hay tantas preguntas que nunca podré responder...
Bueno abuela, me tengo que ir. Mamá no sabe que te escribo cartas. Si lo supiese no sé si se enfadaría o comenzaría a llorar. No quiero apostar por ninguna de esas opciones, ambas me aterrorizan. Mañana es mi octavo cumpleaños. Desde que te fuiste, siempre le pido a la velita que vuelvas pronto. De todas formas, yo seguiré escribiéndote cartas. Mamá dice que estás en el Cielo, pero como no sé que cartero las puede llevar tan lejos, espero que tú sientas, en la lejanía, que te sigo queriendo. A fin de cuentas, siempre hemos tenido buena... ¿cómo era? ¡Ah! sí, buena telepatía. ¿Recuerdas aquel día que dijimos tres palabras consecutivas sin darnos cuenta? Jopé abuela, que buenos momentos.
Te quiero.
P.D.: He oído en la tele que han sacado unos aparatos que pueden surcar el cielo. ¿Crees que entonces te podré enviar las cartas? Aún no lo sé.