miércoles, 12 de diciembre de 2012

Naufragio


Mira, estoy llorando otra vez. Me han dicho que todo lo que luchamos no sirvió de mucho. En realidad, dicen que no sirvió de nada. Y cómo explicarte, cariño, que ya estoy cansado de jugar a un juego en el que siempre termino perdiendo. Cómo explicarte que me pesan demasiado todos los errores que he cometido. Todas las decisiones que nunca tomé, por miedo a equivocarme.

También me han dicho que Él ya no es lo que era, que apostó contra la vida y perdió. Y volvió a apostar de nuevo, y volvió a perder. Y luego fue arrastrándose por los bares, bebiendo respuestas de los cubatas. Y que al final eran los cubatas los que bebían de Él.

¿Cómo hemos llegado hasta este punto? Me da miedo abrir los ojos y ver que la única realidad que me queda es una bastante puta. Una realidad que araña la esperanza. Y, hablando de la esperanza, creo que ya me ha abandonado. La vi la otra noche liándose con otro. Ya no creo que vuelva. Al menos, no por ahora. La verdad es que, si volviese, no haría juego con la crisis con la que estoy saliendo. La esperanza le sobra a este abismo en el que me he convertido.

Mi vida tiene frío. Joder. Yo no merecía nada de esto. Y lo peor de todo es que no encuentro respuestas por ningún sitio. No me queda más que resignarme a que el tiempo pase rápido y lo cure todo, pero va a doler demasiado. Va a doler tanto que estoy pensando darme de alta en alcohólicos anonimos porque, a este paso, me va a entender más la botella que yo mismo.

Por cierto, Ella también lo está pasando mal, me lo dicen sus ojeras; ya no duerme demasiado. A veces tengo ganas de abrazarla, como si hacerlo fuese a solucionar algo. Ahora mismo los abrazos sólo maquillarían un poco las imperfecciones de este mundo. Este mundo injusto, hijo de puta y cabrón. Este mundo que nos viola cuando quiere. Este mundo que marea de lo rápido que gira. ¡Qué se pare, yo me bajo! Pero no para, sigue girando, siendo vil espectador de la tragedia que protagonizo en el teatro de los sueños rotos.

Y, nada más, necesitaba contarle a alguien que lleva mucho tiempo lloviendo en mi vida. Y como sé que a ti te gusta entenderme, he decidido escribirte. Sé que es un poco egoísta, pero no me quedan muchas salidas, espero que lo entiendas. Espero que me entiendas. Espero que la próxima vez que nos veamos me des un fuerte abrazo y me digas al oído, muy bajito, todo lo bajito que puedas, que todo saldrá bien. Aunque sea mentira. Yo cerraré los ojos y haré como que te creo, porque lo necesito. Porque la verdad me asusta demasiado. Bueno, cariño, te dejo; llaman a la puerta, a lo mejor es la esperanza.

martes, 11 de diciembre de 2012

Recordando


Solía decirte lo mucho que te quería cuando iba borracho, sino no me atrevía. Solía pensar que la vacuna contra el orgullo era el alcohol. Solía. Nuestra historia está llena de muchas cosas que ya no hago; que ya no hacemos. No hacemos porque ya no somos. La verdad es que hacemos un bonito pasado. Somos una digna cicatriz para enmarcar en la sala de estar del paso del tiempo. 

Admitiré que las cosas no salieron bien entre nosotros. Aunque, puedo jurarte, lo intenté con todas mis fuerzas. Bueno, sino con todas mis fuerzas, con todas mis ganas. Y, la verdad, no sé dónde se jodió la cosa. Dónde no fue suficiente todo lo que intentamos para sobrevivir al olvido. Supongo que no estábamos hechos el uno para el otro. Supongo que sólo servíamos para ser un desviación en la autopista de la vida. Ay, cariño, si supieras lo mucho que deseaba que fueras esa persona a la que llevaba buscando tanto tiempo. Esa persona a la que he seguido buscando después de que te fueras, de que me fuera, de que nos fuéramos todos. Y es que últimamente no me ha ido muy bien en el amor. La verdad, no me ha ido muy bien en casi nada. Ya sabes que tengo cierta tendencia a las desgracias. Y, nada, solamente pasaba por aquí y me apetecía recordar viejas malas costumbres. Malas manías. Viejos insomnios estrechamente relacionados con largas conversaciones por WhatsApp. Fíjate, hemos sobrevivido a muchas cosas. ¿Tú todo bien? 


lunes, 10 de diciembre de 2012

Estrellas


Era ya entrada la noche de un día de verano, las estrellas brillaban en el cielo como pocas veces lo habían hecho. Yo estaba algo nervioso, tú estabas algo increíble. Qué digo, demasiado increíble. Sonreías de vez en cuando y me drogabas, yo ya iba borracho. Estábamos tumbados perdiéndonos en algún rincón del infinito, sin saber muy bien qué decir, intentando buscar las palabras que fuesen a juego con aquella extraña noche. Yo busqué tu mano, a ciegas, con cierto vértigo entre los dedos, y la abracé muy fuerte, como queriendo decirte que te quería. No, no te quería, te amaba. Te amaba de alguna inexplicable forma; con una incontenible pasión que, de recordarlo, aún quema.

Y, de repente, algo sumamente mágico: tu manó aferró fuertemente la mía, como si te hubieses encontrado en ella, después de vagar perdida. Y, de repente, otra cosa sumamente mágica: nos miramos. Y, tan quietos, mantuvimos durante unos segundos aquella mirada. ¿Qué me decías? No lo sé muy bien, pero tus ojos me hablaban. Creo que hablaban de lo nerviosa que estabas y de que, para ti, aquella también era una noche para guardar en el álbum de fotos de los buenos momentos. 

Se me hizo la eternidad en aquel instante. "¡Qué se pare el mundo!", gritaba en silencio. Debiste oírlo, porque sonreíste, como si tú hubieses pensado lo mismo. Y, luego, no sé cómo sucedió, se apagaron nuestros ojos y empezamos a hablar a besos, que es el mejor idioma del mundo. Hablábamos de cosas superficiales, como del tiempo; de cosas sin importancia, como el resto del mundo. Y, poco a poco, hablamos de no hablar demasiado, de dejarnos llevar y de viajar sin movernos. De mi mano enredada en tu pelo; de tu mano en mi cintura. Del latir precipitado de dos corazones que tienen prisa por enamorarse. De cosas que aún, si me doy cuenta, no entiendo. Y supongo que no necesito entenderlo todo. Supongo que, simplemente, sólo necesito recordarlo. 


domingo, 9 de diciembre de 2012

Domingo

Lo siento, sé que te he defraudado, que no cumplí tus expectativas. Lo sé, no me mires así, sé que no soy gran cosa. Sé que soy una causa perdida, desde hace tiempo. Quién sabe, quizá lo he sido desde siempre. Pero, cariño, ¿qué puedo hacer? Qué, si la primera persona a la que he defraudado a sido a mí misma. Si ya no tengo fuerzas para hacer las cosas bien. Si me he perdido en mí y no sé salir. Todo es demasiado complicado, cariño, espero que puedas entenderlo, aunque sea un poco.

No vuelvas a llamar a mi puerta, déjame solo, no quisiera contagiarte el virus de la soledad. De la incomprensión. De llorar por las noches, cuando nadie me ve, que es cuando realmente puedo ser yo mismo. Me pesa demasiado todo aquello que nunca pude ser por culpa de las jodidas circunstancias. Espero curarme pronto, estoy en proceso de desintoxicación de todos aquellos miedos que me ciegan. Cuando tenga suficientes fuerzas para mirarte a los ojos, te enviaré un WhatsApp. Tú no te canses de esperar. Yo no lo hago.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Esguince


Y, cuando ya no pudo más, tiró la toalla. Había pensando en venderla, pero no le hubiesen dado mucho por sus esperanzas, ya rotas. Y me preguntó: "¿Ahora qué?". ¿Qué de qué, cariño? Si yo no sé nada de la vida. Nada del mundo. Lo único que sé es que últimamente todo duele demasiado. También sé que no nos merecemos esto pero, ¿es la vida justa? Yo creo que no. 

Y le resbaló una lágrima por la mejilla. Nunca había experimentado un dolor tan intenso. "No llores", le dije. Pero la verdad es que tenía motivos para hacerlo, y eso era lo peor, pero no me gustaba verla derrumbarse. No me gustaba ver como la vida la trataba mal, después de todo lo que había luchado. Después de todas las veces que había tropezado con la misma piedra y se había levantado con la esperanza de que todo sirviese para algo. Pero, al parecer, nada de aquello sirvió. No, al menos, lo suficiente.

Así que, cariño, sólo nos queda sobrevivir. Intentarlo, con eso me conformo. Vivir a tientas, sin saber cuándo va a doler de nuevo. Vivir con la incertidumbre de no saber si tomamos las decisiones tan precipitadamente que tomamos las erróneas. Yo, la verdad, no sé nada de decisiones, amor. He perdido la esperanza en la razón, no creo que nos sirva ya de mucho.

Voy a desesperarme un poco más, a ver si me acaban estas ganas de terminar con todo. De mandarlo todo a la mierda y empezar de nuevo. O no empezar. Quedarme anclado en el comienzo, sentado, viendo la vida pasar. Después de todo, como ya has comprobado, no nos ha servido de mucho caminar. Estamos tan perdidos...

jueves, 6 de diciembre de 2012

Instante


La miraba con cierta resignación en los ojos, como si fuese a desaparecer en cualquier instante. A veces, no podía reprimir sonreír. En aquel momento no pensaba en ello, pero seguro que debía parecer un imbécil. Un imbécil enamorado. Y cuán enamorado estaba. Enamorado de aquella chica de ojos verdes que le había dado un poco de sentido a los días del calendario. Enamorado de la película que me había montado yo mismo, en la que ella y yo, nosotros, teníamos un futuro juntos. Un futuro feliz, de esos que sólo existen en las comedias románticas.

No me creeréis, pero el tiempo se detenía cuando estaba con ella. Y mis pulsaciones se aceleraban. Era mucho más consciente del mundo que me rodeaba, aunque sólo le prestase atención a ella. A la forma que tenía de sonrojarse cuando la miraba fijamente. O al modo en que sonreía, tímida. ¡Cómo si no tuviese la sonrisa más bonita del mundo!

Hubiese creído en Dios en aquel mismo momento para pedirle que nos hiciese eternos allí mismo. Pero, siempre he dicho, la perfección sólo existe en las cosas que se consumen.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Una tarde en el parque


Ayer fue un día especial. Hacía frío y, cuando abrí la puerta de mi casa dispuesto a salir a la calle, había un montón de hojas secas deseándome que pasara una buena tarde. Me dediqué a pisarlas durante unos segundos, es uno de esos pequeños placeres de la vida. Y me fui. Me esperaba en el banco de siempre, de aquel parque en el que parecía que el tiempo se detenía. Llevaba un abrigo marrón, a juego con el paisaje y con sus ojos. Y, nada más verme, me dedicó una sonrisa. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Esa sonrisa... joder, ojalá hubiese podido hacerle una fotografía a ese momento, aunque supongo que todo es más bonito cuando pasa así: sin avisar, sin prepararlo.

Me siento a su lado y le pregunto qué tal le va la vida. Ella no lo sabe, pero yo ya me he perdido en su mirada. Apenas puedo prestarle atención a lo que dice. Apenas puedo prestarme atención a mí. Sólo existen los pocos centímetros que nos separan. Es como estar bajo los efectos de alguna droga. 

Y entonces me pregunta que qué tal me va la vida. Y, por un momento, pienso responderle que, sin ella, no va demasiado bien, claro que no lo digo. ¡Por favor, tengo un orgullo que alimentar! Le digo que va como siempre, la verdad es que hace tiempo que dejé de decir que mi vida iba bien, me cansé de mentir. Y, nada, seguimos hablando hasta que nos entra hambre. A ella le apetece un café; a mí uno de sus besos.

Mientras ella se queda en el banco, dejando que el sol acaricie toda su belleza, yo me acerco a un puestecito  de comida que hay cerca:

—Dos cafés, por favor. 
—¿Solos? 
—Puede, pero la verdad es que sólo quiero estar con ella.
—No, me refería a que cómo quiere los cafés.
—Ah, disculpe, los dos con leche.
—¿Y querrá algo para comer?
—¿La tienen a ella? para llevar a mi cama.
—(Ríe) Está usted enamorado, ¿verdad?
—Sí, discúlpeme otra vez, es el otoño, que me vuelve un romántico. 
—Entonces, ¿para comer?
—Dos donuts de chocolate, por favor.

Y vuelvo al banco, a sentarme a su lado, parece que hayan pasado varios milenios desde que no estoy junto a ella, pero ni siquiera han pasado 10 minutos. Le ofrezco el café y un dónut, sin saber ella que también le estoy ofreciendo un poco de mi vida, de mi tiempo; ahora suyo. 

Hablamos de cosas que no vienen a cuento; de cosas absurdas. Cosas como, por ejemplo, cuál es la canción perfecta para el otoño. Ella dice que "High And Dry" de Radiohead; yo digo que "Yellow" de Coldplay. Y así se nos pasa la tarde, hablando de todo y sin decirnos nada, porque yo realmente quiero saber si quiere ser parte de mi futuro; parte de mi rutina diaria. Claro que, no se lo pregunto, por favor, entendedme, no quiero asustarla, ¿y si la pierdo? No quiero asustarme.

Y, en algún momento, se nos hace tarde y tenemos que irnos. Aunque el tiempo ha pasado lento, ha pasado. Ya podría detenerse un poco, pero el tiempo es un hijo de puta que no cree en el amor. Así que nos levantamos. Yo la acompaño a su casa, y de camino paseamos por las calles de la ciudad que, a su lado, son más preciosas que nunca; más absorventes. Y llegamos a su puerta. Nos detenemos. Sonreímos por un instante al mirarnos a los ojos. ¿Habrá ella leído en mi mirada que quiero que se quedé conmigo para siempre?

De repente se acerca, poco a poco. Empiezo a sentir vértigo, a verlo todo negro. Se acerca un poco más. Sigue sonriendo  Un poco más. Un poco más. Y, de repente, noto sus labios rozando los míos. Cierro los ojos y me dejo llevar. Aún tengo las manos en los bolsillos, debo de parecer un imbécil. Las saco y las coloco: una en su espalda, acercándola más a mí; otra al rededor de su cuello, deseándola más hacia mis labios. 

Y luego, me doy cuenta: estoy fantaseando. Llegamos a su puerta. Nos detenemos. Sonreímos por un instante al mirarnos a los ojos. Y nos abrazamos. No es un abrazo largo, quizá ni siquiera cálido. Yo estoy demasiado pendiente en no hacerle saber que la quiero demasiado. Ella, bueno, no sé de qué estará pendiente ella. Y nos separamos. Sonreímos una última vez. Decimos de volver a vernos pronto, y yo espero que ese "pronto" sea ahora mismo. Que el tiempo pase rápido hasta volver a verla, sentada en ese banco, esperándome, y que luego sonría al verme. Y tomar café y donuts juntos. Y querer pasar la vida a su lado. 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Eduardo


Eduardo nació un día de 1993 que no pasará a la historia por ser el más caluroso ni el más frío del año. Como todas las personas, no recuerda prácticamente nada del día en el que nació, pero podemos suponer que por entonces era feliz. 

¿Su primer recuerdo? No lo recuerda exactamente. Tengo la sensación de que los recuerdos de la infancia están desorganizados, como si alguien hubiese cogido un montón de fotografías y las hubiese desperdigado por el suelo, sin poder saber cuál de ellas es anterior o posterior. Pero, si le apremio a recordar, dice que su primer recuerdo es un hospital. Por entonces ya tendría 4 o 5 años. Un hospital al que su madre le llevaba para que asistiese a unas revisiones periódicas que, desde su nacimiento, había acostumbrado a hacer. ¡Un momento!, se me olvidaba algo, mi amigo nació con una parálisis facial, dato excesivamente relativo en el desarrollo de esta historia; de su vida.

La parálisis facial que sufría mi amigo Eduardo afectaba a la parte izquierda de su cara, aunque sólo se apreciaba significativamente en la boca. Esa boca. Una boca (y usaré el término que solían utilizar los compañeros de Eduardo para referirse a ella) torcida. No era una boca normal, desde luego, teniendo por normal una boca que nos sufriese ninguna degeneración del nervio.

Y, después de ese primer recuerdo, me dijo que no tenía muchos más de su infancia. Me dijo que, posiblemente, no haya merecido la pena recordarlos. Si que me contó cómo fueron sus primeros años en el colegio. Me dijo que era un niño muy sociable y alegre; un niño gracioso. Aunque también me dijo que no sabía si lo consideraban gracioso por su forma de ser o si lo hacían por cómo era, es decir, por su pequeña circunstancia particular.

También me contó que, algunas veces, antes de ir a la escuela, se encerraba en el baño y se miraba detenidamente es un espejo que había detrás de la puerta. Se miraba buscándose la mirada en el reflejo; buscando respuestas. Buscando, quizá, razones. No llegaban respuestas; ni mucho menos razones. Me dijo que solía llorar a menudo. 

Algunos alumnos de su escuela, algo mayores que él, le solían llamar "Zombie". Imaginad cómo debería sentirse Eduardo, tan sólo tenía 5 o 6 años por entonces. Zombie... Me dan ganas de llorar, aunque ya no sirva de nada.

Y luego creció, con el tiempo, y maduró con un poco de prisa, porque, según me dijo, el mundo le había empezado a doler demasiado pronto. Necesitaba leer rápido algunos capítulos de su infancia y cicatrizar las heridas. Ahora, muchos años después de aquello, mirando el pasado con perspectiva, dice que no debió permitir que aquella situación le afectase tanto. Y con "aquella situación" me refiero a las burlas, a las inseguridades o al rechazo que sentía por sí mismo. Los niños pueden llegar a ser muy crueles y, además, demasiado ingenuos. No es una buena combinación.

Cuando terminó los estudios en Primaria, le tocó vivir una adolescencia demasiado fuera de lugar. Fue en aquella etapa de la vida de todo ser humano en la que experimentó, por primera vez, la necesidad de encontrar a alguna persona especial en su vida. Alguien que pudiese completarle. Bueno, en realidad, lo que sentía no era tan claro ni, mucho menos, tan profundo. Pero fue entonces cuando el amor llamó timidamente a su puerta y él decidió dejarlo entrar. 

Pero, por desgracia, ¿quién iba a quererle a él, a alguien con una parálisis facial? Si anteriormente he dicho que los niños pueden ser crueles; los adolescentes también pueden serlo. Y mucho. Al parecer, el guionista de la vida de Eduardo no sabía escribir escenas con finales felices; ni siquiera buenos comienzos. 

Terminó perdiendo la esperanza en las personas. Y, el amor, que dormía en su cama casi todos los días, termino pareciéndole una compañía no apta para su vida; para su estabilidad emocional. El amor, vaya, la verdad es que puede llegar a ser muy hijo de puta. Así que, aunque no pudo echarlo de su casa, dejó de dirigirle la palabra.

Y, volviendo a su parálisis facial, con los años fue mitigando el impacto visual de esta. Es decir, con el tiempo Eduardo ya no parecía que tuviese media boca paralizada, sino que, simplemente, tuviese una forma un tanto rara de bocalizar. Bueno, o al menos esa es la conclusión a la que llegaba cuando se miraba en el espejo a encontrar respuestas o razones.

Ya han pasado algunos años. Eduardo sobrevive como puede; sin saber muy bien qué es la vida. Quizá os alegre saber que ha tenido algunas relaciones, pero nada destacable. Aunque la parálisis facial ya no condicione su vida tanto como lo hacía en sus primeros años, sin duda, la parálisis facial ha condicionado su estilo de vida; su perspectiva del mundo, tan pesimista y desesperanzada. 

Llegó demasiado tarde a la felicidad, por desgracia. Y se quedó en la estación, anclado en un bucle de no saber exactamente cuál sería el siguiente paso que daría. Sin saber exactamente cuándo pasaría el próximo tren. Pero, en fin, hace tiempo que perdió las prisas. Hace tiempo que la esperanza le abandona de vez en cuando y le pone los cuernos. Se ha acostumbrado a las horas bajas, ya nada le importa lo suficiente. Aunque, me dice, no se siente como una causa perdida. Me dice que siente que, en él, hay algo increíblemente hermoso. Y la verdad es que tiene algo, tras esa mirada seria y esos ojos verdes. Tiene algo que te hace sonreír. Es una sensación extraña. Puede que me esté enamorando. 



miércoles, 24 de octubre de 2012

Vértigo


Los mismos rostros, tan conocidos. Las mismas voces, tan sonantes. Y estos mismos lugares, que se han convertido en pasillos de un laberinto del que no puedo escapar. He chocado contra la cruda y dura realidad y, como si de un placentero sueño hubiese despertado, me encuentro demasiado ausente. Demasiado cabreado con el mundo y con mis constantes vitales.

Hace tiempo que no puedo llorar, quizá sirviese de algo. Quizá vaciarme por dentro, un poco más, pudiese hacerme levitar por estos sentimientos. Olvidarme de todo y de todos. Del ruido que, tan callado, y durante tanto tiempo, ha ido dejándome sordo. Olvidarme de las situaciones que, sin darme cuenta, han ido oprimiendo mi felicidad. Hace tiempo que no puedo sonreír, quizá ya no importe.

Es difícil. Compleja la forma de intentar entender cómo he llegado hasta estos puntos suspensivos. Supongo que a los abismos de la vida llegamos poco a poco, sin percibir el vértigo, habituándonos a la catástrofe y perdiendo la capacidad de salir corriendo. Y un día despiertas y compruebas, medio horrorizado medio alarmista, que tu vida se ha convertido en un blanco fácil para las desgracias. 

Y no sabes qué hacer. Miras hacia atrás y no ves caminos de vuelta, sólo zarzas que te cierran la huida. Y en ese punto de infinita angustia fundamentas tu nuevo estilo de vida. Un estilo de vida suicida, dramático y nostálgico. Un estilo de vida de los baratos, de esos que no incluyen paracaídas. Así que, si algún día caes, nada sobrevivirá a la caída, ni siquiera tus esquemas, que caerán contigo. 

Y, mientras tanto, el mundo no se detiene. La sociedad sigue sacando matrícula de honor en ignorarte. Nadie se ha dado cuenta de que pendes de un hilo. "Qué hijos de puta" piensas, pero la verdad es que ya estás acostumbrado a las derrotas. Es normal que termines perdiendo la esperanza en salvarte. Incluso, intermitentemente, es normal que hasta pierdas la esperanza en caer. Porque, llegados a un punto, hasta dejar de luchar se vuelve una idea tentadora. Pero no sucumbes, sigues congelado en ese punto de infinita angustia en el que has fundamentado tu nuevo estilo de vida. Y sobrevives como puedes, malviviendo, alimentándote de algunos arrebatos optimistas que, de vez en cuando, nacen cuando recuerdas los buenos tiempos. 

Todo ha terminado resultándome indiferente. He perdido muchas ganas por el camino, y ya sólo han quedado las que me llevan a escribir estas líneas, por si tengo la suerte de encontrar algunas respuestas en ellas; o por si tengo la suerte de que alguien encuentre respuestas en mí.  



domingo, 21 de octubre de 2012

Los buenos tiempos


El tiempo pasa para todos, incluso para los relojes. No perdona a nadie. El tiempo es el mayor verdugo.

Se ha quedado solo. Demasiado solo. Su soledad se ha convertido en el parque de atracciones del silencio. Un silencio que huele a tabaco. Un silencio con el que, últimamente, habla casi siempre.

Y, después, en el fondo del cubata del olvido, queda el miedo. Un miedo espeso, como gelatina. Un miedo que lo cubre todo con un manto negro de luto. Un miedo de quien son víctimas las esperanzas e ilusiones, los sueños e insomnios. Nada escapa al miedo, esa es a la conclusión a la que llegó una madrugada, tumbado en su cama, cuando la soledad le hacía cosquillas.

Aquella noche también llego a la conclusión de que podía derramar lágrimas hasta quedarse sin ellas, pero no hasta olvidar los motivos que le hacían llorar. Y supongo que llegar a esta conclusión, a esas horas, en ese cuarto, tan, tan lejos de su casa, le hizo sentirse excesivamente exiliado de cualquier sentimiento cálido y feliz. Repentinamente tuvo mucho frío. Pero supongo que hablamos de crisis temporales y traumas pasajeros que, en realidad, son circunstancias que siempre van cogidas de la mano.

La única esperanza que le queda es que lo que comentaba al comienzo de estas líneas sea cierto, es decir, que el tiempo pase para todos y sea el mayor verdugo de la historia de la humanidad. Ese es el único punto de luz que pinta la oscuridad en la que se ha sumido su vida.

Mientras tanto, vive y desvive en la sala de espera de los buenos tiempos: los tiempos felices. Esos tiempos en los que… bueno, sinceramente, no sé mucho de los buenos tiempos. Sólo podría deciros sobre ellos lo que he podido leer en los libros o ver en las películas.

Algunas noches (sobretodo aquellas en las que no puedo dormir) me gusta fantasear con los buenos tiempos. Cierro los ojos con fuerza e imagino que estoy en otro sitio, pero en el mismo lugar. Es como si acabase de despertar de una larga siesta. Por las rendijas de la persiana se filtran los rayos de lo que parece ser el atardecer más hermoso del mundo. No hace ni frío ni calor. Y siento que toda la gente a la que algún día amé es feliz. Se respira una extraña paz en el ambiente. Y tú estás ahí, conmigo. Aquí he de dejar claro que ese “tú” no es más que una referencia metafórica a esa persona a la que algún día encontraré. Esa persona con la que algún día aprenderé a ser feliz. Pero recuerdo que sólo es una fantasía y abro los ojos. Y repentinamente tengo mucho frío.


martes, 2 de octubre de 2012

Crisis de identidad


Los días se han suicidado. El calendario está en llamas y, a veces, duele tanto que ya no duele, y parece formar parte de lo diario, de ese tratamiento de aspirinas que mi cuerpo frecuenta por si algo sale mal, o demasiado caro. 

Debería haber sabido que estos momentos siempre matan un poco. Al final del todo, a la derecha, acabas tirado en la cama sin saber muy bien dónde estás o quién eres. Porque toda persona se ha sentido alguna vez distinta, y la vida que llevas no parece más que una anotación a pie de página que nadie lee; como un recuerdo fugaz que arranca destellos en la mente pero, finalmente, nunca brilla. 

Quizá sólo me quede esto, y el camino que me espera sea repetir en bucle un presente pluriempleado. Y morir sea algo esperado; o algo que termine temiendo porque no crea en los finales oportunos. Ahora, a tantos millones de kilómetros de alguna parte, me reencuentro con la soledad que fue, alguna vez, la única compañía. La única persona que conseguía comprender mis silencios y calmar las ansias de perderme en cualquier bar de mi mente, donde sirven los cubatas gratis y las reflexiones demasiado caras. 

Hace tiempo que sangra esa parte de mi que se muere por cambiar de aires. Esas ganas de volar un poco. Pero hay días, días como los de hoy, en los que te quedas esperando con mirada ausente que se crispen tus fuerzas y acabes en algún hospital interno, dónde la esperanza lame las heridas. Sin duda la mente humana es un gran campo de batalla. 


lunes, 24 de septiembre de 2012

Deshumanización y crisis en la sociedad occidental


Nos hemos insensibilizado al dolor. ¿Qué nos han hecho? Antes no éramos así. No éramos tan fríos, ni tan distantes, ni tan ignorantes de la realidad del mundo. Antes no éramos piedras. ¿Qué nos hemos hecho? Y, supongo, que será la crisis. La crisis ahora está de moda. Pero no hablo de la crisis económica, sino de una mucho más cancerígena para la sociedad. Hablo de la crisis existencial. La crisis del ciudadano y de su ciudad llamada Mundo.

Nos hemos insensibilizado al dolor. Y creo que la culpa la tiene  la sobreexposición a la que nos han sometido los medios de comunicación. Televisiones, periódicos, radios, carteles publicitarios... Nadie, como comprenderéis, está a salvo. Nadie está, en principio, más sano que cualquiera. Es la epidemia de infravalorar la vida humana. Infravalorar la felicidad. Infravalorar el tiempo. Tengo miedo. ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?

Quisiera escapar de esta sociedad. Sinceramente, me queman las ganas que tengo de huir de este mundo. Pero no puedo. Estoy triste. ¿En qué momento, desde mi infinita ingenuidad, creí conveniente acercarme a observar la herida? Ahora duele más. Será verdad eso que dicen de que la ignorancia da la felicidad. Y es imposible mirar hacia otra parte. No puedes huir de ti mismo. No puedes huir de tu condición de ser humano. 

Cada vez hay más gente, pero menos personas. La deshumanización llama a nuestra puerta y la dejamos entrar. Y, creedme, terminamos cogiéndole cariño. Y terminamos, con el tiempo, convirtiéndonos en piedras. En animales muertos, carentes de motivación. Carentes de deseo. Ya sólo nos incita a seguir la esperanza de que, quizá, el futuro sea un lugar mejor. Un día soleado o, al menos, un día de lluvia de esos que se agradecen. 

La próxima vez que alguien me pregunte si soy feliz, le diré qué cómo tiene el valor para preguntarme algo así. Cómo, sabiendo que el mundo se va a la mierda. Cómo, cuando mucha gente muere en el mundo sin tener derecho a la vida. Cómo, cuando la sociedad occidental, que un día lo tuvo todo, ha demostrado que no tenía nada; que los valores morales y éticos no son más que meras anotaciones intelectuales a pie de página; que ya no son realidades. No, está claro que no soy feliz. No puedo serlo. Sería un monstruo si fuese feliz. 

¿Y la gente está tan sumamente preocupada por la crisis económica? Sin duda, es un tema delicado. Como "buena" sociedad capitalista que somos, el capital es el principal camino, pero me parece excesivamente egocéntrico verle las orejas al lobo cuando este ya está llamando a nuestra puerta; y abrir el paraguas sólo cuando creemos que vamos a mojarnos. 

¿Cómo podré dormir esta noche? ¿cómo podré levantarme y seguir con mi vida? ¿cómo podré mirarme en el espejo sabiendo todo aquello que sé? Ojalá el mundo me importase una mierda y sólo pudiese ser consciente de mi propio ombligo. Ojalá pudiese olvidar el día en el que aprendí qué era eso de la empatía. Ojalá pudiese ser un hijo de puta sin sentimientos. Una piedra. Ojalá. Pero la realidad es que olvidar es un lujo que no puedo permitirme. 

Voy a por tabaco. Ahora vuelvo.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Otros tiempos


Eran buenos tiempos aquellos en los que ni tú ni yo éramos nosotros, pero en los que aspirábamos a serlo todo. ¿Recuerdas? Podíamos serlo todo. Todo. Y, míranos ahora, nos hemos convertido en nada. Nada. Qué palabra tan profunda. Tan nuestra.


Ha llovido algún tiempo desde entonces. Han pasado muchos insomnios. Muchos sueños. Pero, desgraciadamente, hay heridas que cicatrizan y se quedan marcando la piel eternamente. Bueno, quizá no eternamente, pero sí hasta que hemos sufrido lo suficiente y ya no nos quedan fuerzas para seguir. Es entonces cuando olvidamos, definitivamente. Cuando pasamos página y quemamos el libro.
Pero yo aún releo las mismas líneas. No he sufrido lo suficiente. Aún no te odio lo necesario. Bueno, la verdad es que, más que odiarte, el problema es que no me odio lo necesario. No me odio por estar aquí, tan perdido. Por haber andando por los caminos equivocados; aquellos que me alejaban de mí y me acercaban a ti. Caminos que, al final, no me llevaron a ninguna parte. No me odio porque aún recuerdo cuando solíamos sonreír juntos. Eran buenos tiempos aquellos.
Y, no tengo mucho más que decir. Sigo esperando que pase algo en esta soledad. Esperar a sufrir lo suficiente o a que te decidas a regresar. Yo no me muevo, sigo tan quieto como siempre. Parece que va a llover, pero no importa, ya estoy acostumbrado a mojarme por dentro con todas aquellas lágrimas que no puedo exteriorizar. Me he convertido en un flan demasiado fuerte.
A menudo tengo que cerrar los ojos porque todo me supera. El mundo va tan rápido y me siento tan incomprendido…

domingo, 2 de septiembre de 2012

La naturaleza de los sueños


Los sueños están hechos de una sustancia horrible. Es la sustancia con la que también están hechas las ilusiones. Y es que, los sueños, como las ilusiones, comparten la naturaleza de aquello que aún no ha llegado. Aquello que esperamos, sin saber muy bien si llegará. Es la naturaleza de tener fe en algo que no existe. Muchas personas han enloquecido en el camino.

Pero, ¿qué es la vida sin sueños? La vida sin sueños es un cuenco vacío. Es un montón de piel muerta. La vida sin sueños no merece la pena, aunque a veces los sueños nos pongan tristes. Pues es duro levantarse y ver que, los sueños, no son más que sueños. No ser quien queremos ser nos mata un poco.

Y creo que la vida consiste en, de alguna forma, realizar esos deseos clavados, como pequeñas espinas, en nuestra conciencia. En ese cúmulo de ilusiones que nos llevan a pensar que, quizá, tendremos un futuro mejor. Creo que los sueños nos hacen ser optimistas. No hay esperanza en aquellos años en los que no soñamos. Sólo un abismo. Sólo la larga sombra de aquello que nunca hemos sido.

. . . .

No quiero fracasar. A veces me veo. Roto. Perdido. Cansado. Es un futuro gris. En esos días siempre está lloviendo, aunque salga el sol. ¿Y si no? ¿y si no despierto? ¿y si siempre van a ser sólo sueños? Puedo morir esperando, o volverme loco en el intento de alcanzarme. 

Supongo que soy demasiado humano. Supongo que es el miedo que todos compartimos. El miedo a terminar siendo quien no queremos, porque no pudimos ser quien quisimos. Porque no nos dejaron. Porque, a veces, el mundo es demasiado cabrón y las circunstancias no acompañan. Y, al final, al final de todo, terminas tirando las ganas en un rincón y se van llenando de polvo con el tiempo. El tiempo, qué decir de él; el tiempo tampoco nos ayuda demasiado. El tiempo no hace más que envejecer las fuerzas y acelerar los finales en nuestra historia. 

Sólo espero tener suficiente miedo como para no caer, porque creo que el miedo es la mejor fuerza de voluntad que existe. El miedo nos hace demasiado egoístas. 



jueves, 30 de agosto de 2012

Hiperventilación


Tan perdido. Tan ausente. Como un escalofrío que recorre la piel. Como las lágrimas que sé quedan en un brillo de ojos o esos gritos que sólo suenan para adentro. Así me siento, como una página en blanco en la que hay escrita una historia demasiado triste. Mi historia. Una historia llena de complejos y abismos. Una catástrofe natural con nombre y apellidos, que es lo que soy. Que es en lo que me he convertido. 

Ya no recuerdo cómo era antes de esta indecisión. Cómo era antes de ser todas estas preguntas. Cómo era antes de ser un precipicio. De ser tanto odio acumulado en tan pocos centímetros cuadrados de piel. Tantos deseos encerrados en una prisión con olor a "¿Y si fracaso?". Soy la eterna duda entre encontrarme o dejar de buscarme definitivamente.

Y ya no me importa ser una derrota. No me importa ser lo que queda de lo que ya no está, de lo que se ha ido, de lo que nunca estuvo aquí. Y ya no me importan otras muchas tantas cosas que antes me importaban. 

Este preciso instante se queda corto. El oxígeno se queda corto. Me falta la respiración. Hiperventilo. Tengo que cerrar los ojos. Es una sensación muy extraña.

Quiero escapar. Escapar muy lejos, hasta perderme. Quiero correr. Correr muy rápido, hasta dolerme. Quiero gritar. Gritar muy fuerte, hasta romperme.

Tengo que decir que a veces deseo terminar con todo esto. Poner un par de puntos finales a mi historia y cicatrizar todas las heridas que aún me quedan. Debe de ser maravilloso poder olvidar lo suficiente. Poder pasar página y no tener la tentación de volver a leerla. 

Y es que estoy atascado en el bucle de las horas bajas. Enganchado a la resaca que provoca recordar los días más grises del calendario. Enganchado a mirar cómo las gotas de lluvia descienden por el cristal de unos ojos que se han acostumbrado a atardecer demasiado pronto.



miércoles, 25 de julio de 2012

Infierno congelado


Quiero gritar, pero no puedo. O quizás no quiero. Me voy a atragantar, de todas formas, con todo aquello que nunca he dicho. Sea por miedo. Quizás por falta de ganas. Hace demasiado tiempo que no me entiendo, y tampoco me importa. Hace tiempo que perdí las ilusiones por el camino y no me volví a recogerlas. Es tarde para arrepentirse, pero no para recordar. Y, ahora, en esta noche, recuerdo. Recuerdo tiempos mejores, tiempos distantes y asonantes de silencio. Todo era distinto. Nosotros éramos distintos. He llovido mucho desde entonces.

Y, pese a todo el tiempo que nos ha pasado por encima, como que me siento el mismo. Tan cambiado sí, pero tan parecido. Y creo que eso es malo, porque he corrido mucho, pero no he avanzado nada. Y estoy cansado, pero aún me quedan intactas las fuerzas. Pobre insomne de mí. Hace demasiado tiempo que no duermo conmigo. 

Ha llegado ese momento. Cierro los ojos. ¡Qué miedo! Me noto en el borde de un precipicio y tengo el impulso de deslizarme por él. Debe de ser maravilloso volar hacia el abismo. Dejarse llevar por la ciega ingravedad de aquello que se perderá en cualquier instante. Tan deprimido y constante. Tan yo, como de costumbre. 

Ojalá pudiera escapar de estas ganas. Tengo la necesidad de vivir demasiado, pero no los recursos necesarios para hacerlo. Y es esa horrible sensación de estar colapsándome en un sueño. Y lo que en un principio parecía maravilloso resulta estar convirtiéndose en un frío infierno. Frío de soledad, de indiferencia. Frío de que, con toda seguridad, mañana seré los mismos días grises de siempre. A punto de llover, pero conteniéndome. No quiero preocupar más de lo debido.

Y, por otra parte, ajeno a todo el bullicio, a veces me digo que no estoy solo, y no para intentar calmarme, sino para mentalizarme de que aquí todos somos víctimas de nuestros propios monstruos. De que cada uno vive en su infierno congelado. Y, pensando en ello, sonrío. Siento pena por nosotros y, contradictoriamente, me enorgullece comprobar lo valientes que somos. O, quizá, lo orgullosos que nos hemos vuelto.

Alguien debería poder responder a la pregunta en la que me estoy convirtiendo. Alguien que, desgraciadamente, vive ausente de todo, de mí. Y esa es otra de las necesidades que tengo: la de encontrarme en una persona. La de terminar mi historia con un "Y vivieron felices y comieron perdices". Ellos. Ellos vivieron y comieron, y no yo. Yo, solo, no puedo ir demasiado lejos. Se me cansan las insistencias demasiado rápido.

Por suerte, aún me quedan esperanzas. Aquí, conmigo. Es lo único que tengo para no perderme. Para seguir respirando sin hiperventilar. Y así vivo desde entonces. Desde siempre. O, quizás, desvivo. No lo sé. Nunca me enseñaron a vivir mejor. 



Quiero gritar, y sé que algún día podré hacerlo.



jueves, 19 de julio de 2012

Mi metamorfosis




Es éste caparazón, que oprime, como un manto que derrumba los cimientos de la posibilidad. Y mis sueños, se derriten, así como si nunca pudiese soñar. Y mis ojos, como apagados, así como si hubiesen perdido la razón que, he de suponer, algún día tuvieron. 


Vivo en la inopia de correr hacia una pared que me cierra. No me quedan más que las palabras, con las que vuelo. Las palabras, que me curan. Sin ellas, qué miedo, de pensarlo, quizás sería un cuenco vacío. Y es ese temor, el de estar convirtiéndome en un conformista de las horas bajas. No, no quiero ser feliz en la antesala de mi funeral. Quiero escapar de aquí, cuanto antes, ya llego tarde a la libertad que me he ganado. Pero, razono, no es fácil. No es fácil vivir, por desgracia. Y no vivir de seguir respirando, sino vivir de decir "No quiero morir, no todavía". Así que, naveguemos, un rato, por estas líneas. Voy a dejarme llevar hasta donde empiecen a cansarme los acentos y termine, con un punto y final, este delirio.


No quisieras tú, acompañarme, por estos sitios tan distintos y distantes, que ni recuerdo ni creo haber conocido, pero que quiero explorar hasta ser parte de ellos. Y, creo quizá, que ese es otro de mis mayores auxilios, aparte de escapar, el hecho de que tú vengas conmigo. Y perdernos en nosotros, en el mundo que creemos. Perdernos en el tiempo, al que nunca llegaremos tarde. Escapar, suena tan divino. Quizá la posibilidad de ser dioses de nuestro propio destino. Suena demasiado a un ojalá de humo. 


Y, mientras tanto, aquí parado, caminando a dedos por los temores y deseos que me nacen en la cima de mi humanidad, quiero escalar la etapa de mi vida en la que soy sólo desear cosas que nunca llegan. Quiero llegar al presente de mirarme al espejo y decir "Vaya, te envidio" y luego sonreír diciendo "Somos el mismo". 


Y, mientras tanto, la verdad es que me muero. Y no morir de "Mi vida se está consumiendo", pues de ese morir todos somos partícipes, sino un morir de "Mi vida no me está convenciendo". Podría suicidarme de todos esos miedos, pero creo que forman parte de mí, igual o tanto como mis sueños. Así que he de vivir a tientas, sin la intención de encender la luz y ver a los monstruos. 


Sólo sé que quiero escaparme de este pasado. De este presente que tan en cuenta tiene lo que he sido. Quiero escaparme de mí, de todo lo que he vivido, y quiero que mi recuerdo sea únicamente la suma de esas cicatrices que me han quedado; de todas esas batallas que he perdido. O, de aprender de ellas, quizás ganado.


Pero mañana seré los mismos errores. Las mismas coordenadas de un mapa en el que no sé encontrarme. Me he perdido. Y, tan olvidado, es complicado llegar allá a donde no llega ningún camino. Necesito algo de tiempo, algo de distancia. Algo de encontrar dentro de mí las provisiones para tan ardua y dificultosa campaña. Respiro hondo. 


Mi metamorfosis comienza en este mismo instante.  


lunes, 16 de julio de 2012

Manifiesto sobre la incomprensible naturaleza humana, la soledad, el amor y el egoísmo



Esta es mi historia, aunque no me siento protagonista de ella. Vivo ausente. Soy espectador del espectáculo en el que se ha convertido mi vida. Lo veo todo como desde la distancia. Distorsionado. Creo que necesito ir al oculista, a ver si arregla el abismo en el que me estoy convirtiendo. 


Todo empieza aquí. Ahora mismo. Y también termina aquí. Ahora mismo. Siempre he sido este preciso instante. Y resulta que han llovido muchos precisos instantes desde que empecé a pensar que el mundo no era un lugar para mí. Estas cosas pasan, supongo. A veces hay personas que no encajan, y así es como me siento: como una pieza que no termina de encajar en un puzzle.

Y ya no tengo ganas de comprenderme; de comprenderlo. He perdido la necesidad y las ganas de entenderme; de entenderlo. Y, sin pesimismos, he preferido dejarme llevar por el tiempo, que dicen que todo lo cura. Puede que el tiempo sea el mejor oculista que pueda encontrarme.

Y sobre las personas a las que he tenido el gusto (o el disgusto) de conocer durante estos años, sólo tengo que decir que no las entiendo. No las entiendo porque ni siquiera ellas se entienden. Pero, llegado a este punto, debería comentar que para mí no entenderse no es sinónimo de torpeza o fallo, sino sinónimo de humanidad. Las personas son, por naturaleza, incomprensibles. Demasiado complejas. Una complejidad que supera la capacidad de la propia razón, lógica o capacidad de comprensión humana. Así que, desde hoy, voy a dejar de intentar conocer a las personas, de las que nada puede saberse, y voy a vivir entre y con desconocidos, a los que al menos, de ser considerados como tales, se les hace un poco de justicia. 

Mi idea sobre la incapacidad de conocer a las personas es, terriblemente, consecuente de mi idea de que la soledad forma parte de nosotros, tanto así como lo forman otras cualidades humanas como el pensar. Y, llegados a este otro punto, debería comentar que para mí la soledad no es mala, sino demasiado exhaustiva. La soledad goza de una infinitud que agota. Agota, simplemente, porque de ella no podemos extraer nada en claro. Si es en soledad cuando el ser humano es capaz de concluir las mejores opiniones sobre la existencia, éstas opiniones quedan en nada cuando uno comprende que (reafirmando la idea expuesta anteriormente) nadie puede conocerse a sí mismo, al menos totalmente. Y ese porcentaje que se nos escapa de la totalidad es suficiente para deslocalizarnos. Y es en esa deslocalización donde el ser humano se pierde. 

Llegamos a un punto importantísimo de la lectura. El hecho de que el ser humano tienda naturalmente a perderse condiciona, a su vez, el hecho de que el ser humano tienda naturalmente a buscarse. Y dónde se buscaría intuitivamente sino en otras personas, creyendo que quizá en alguna de aquellas pudiese aprender a encontrarse. Pero aquí se comete el error de confiar en las personas. Confiar en que ellas se comprendan, al menos, más que nosotros. Pero nadie se comprende lo suficiente. Nadie se encuentra totalmente. 

Llegamos a otro punto importantísimo de la lectura. Después de intentar encontrarnos sin lograrlo, intuitivamente, llegamos a concluir que todos vagamos perdidos, y que todos tenemos esa necesidad natural de encontrarnos en alguna parte, de alguna forma, como sea y donde sea. Queremos dejar de ignorarnos, porque la ignorancia sobre nosotros mismos es enfermiza y aterradora. Es en ese momento en el que entendemos que, sobre esa incapacidad de completar nuestro conocimiento de nuestra propia naturaleza; así como sobre esa incapacidad de aprender observando e interactuando con otras personas; entendemos que, de existir una solución, no es otra que aquella en la que dos existencias incomprendidas se juntan, intentando lograr en el acto, al menos, una existencia que goce de cierta comprensión. Y a esto le solemos llamar amor. En el amor ya no intentamos, a través de otra persona, comprendernos a nosotros mismos, sino que lo que intentamos es generar un acuerdo mutuo de necesidades y saciar mutuamente una carencia que se comparte por naturaleza. El amor es una necesidad puramente existencial. Tendemos a amar. Amar a familiares, a amigos; a todas aquellas personas a las que consideramos capacitadas para que nos ayuden en la titánica cruzada en busca de la comprensión de nosotros mismos.

Y es la naturaleza del amor la que me lleva a decir que éste es egoísta, dado que surge de una necesidad que busca un interés propio. Aunque de éste egoísmo surge, además, un grandioso acto empático, puesto que en el amor son varias personas las que se ven beneficiadas. Podríamos concluir pues que el egoísmo forma parte de la naturaleza humana. Así como la incomprensión y la soledad. Y que el amor es un acto de naturaleza bipolar.

Expuesta ya mi teoría sobre el amor y la naturaleza humana; confieso que no considero haber amado a las personas que, a mi parecer, pudiesen llevarme a agilizar la ingravedad que siente uno es este universo tan, tan infinito. Tan maravillosamente monstruoso. Todo lo contrario, juraría que he amado a personas que estaban demasiado perdidas. Que ignoraban, muy probablemente, estarlo. Y es cierto aquello que dicen de que si uno no es consciente del problema, poco puede hacer para remediarlo. Aunque creo que el problema aquí reside más bien en mí, y no en ellos. El problema es que busco a personas que hayan logrado alcanzar una visión tan clara de la situación como la que yo tengo; si es que puedo permitirme el lujo de juzgarla como clara. Y amarlas a ellas. Amarlas desesperadamente porque hace muchos precisos instantes que me encuentro solo. 

Y esa es mi historia, aunque no me siento protagonista de ella. Vivo ausente. Soy espectador del espectáculo en el que se ha convertido mi vida. Lo veo todo como desde la distancia. Distorsionado. 

Ojalá llegase el día en el que pudiese desprenderme de esperarte, y fuese un "Ya te he encontrado". Sin saber quién coño eres o dónde coño estás. Sin saber quién coño soy yo mismo o dónde coño estoy en este instante. La vida me parece tan... 





domingo, 24 de junio de 2012

La infinitud del alma


Es un extraño vértigo que te recorre todo el cuerpo. Estás vivo. Es esa sensación. Un lento hormigueo que te llena. Y te pones a llorar, tan callado. En tu habitación, que es el universo. Tu universo. Aquí te entiendes mejor.

Sólo tienes que cerrar los ojos. Hazlo, un momento. Es como una vibración. Una corriente incesante que te mueve, tan quieto. Un escalofrío. La claridad insustancial que ilumina tus ojos, aunque reine la oscuridad. Aunque el mundo se derrumbe. Aunque el que se derrumbe sea tu universo y tengas ganas de escapar.

Déjate llevar. A ninguna parte. Al infinito. Déjate llevar. Es bonito sentirse una hoja. Supongo que la palabra es libertad. Es pura magia. ¿No tienes ganas de gritar? Hace tiempo que nos calla el miedo a vivir. A sentirnos héroes derrotados en la batalla de existir. Tengo ganas de abrazarme a la esperanza de un mundo mejor. La esperanza de despertar y seguir soñando. Es como una suave caricia en el fondo del corazón. Sonríes. Todo irá a mejor. Es esa sensación.

Quisiera pintar el mundo. A las personas. El tiempo. El reloj de las arrugas. Es maravilloso estar de paso por aquí. La emoción de no saber si mañana seremos otro lugar. Quiero sentirme una hoja. Volar. Es como naufragar en un océano de sueños. No hay dolor. Eres como el viento.

Y derramas lágrimas de la emoción. Has encontrado tu lugar. Tu lugar es el mundo. Tu lugar eres tú. Nunca antes habías experimentando esa sensación. Es tan inexplicable. Tan fugaz. Dejará en el recuerdo una eterna cicatriz. Es la historia más hermosa que jamás podrás leer. Pero quisieras olvidar. Quisieras volver a nacer. 

Me han entrado ganas de mudarme a otras emociones. De encontrarme en mí, en el mundo. Es esa dulce necesidad de no morir antes de dejar de vivir. De bailar al ritmo de la respiración. De confundirme con la ingravedad. Flotar. Es sentirse como una hoja en el árbol del mundo. Es la infinitud del alma. Volvamos a cometer los mismos errores de nuestras vidas; esos fueron los mejores que pudimos cometer. 


Knock-knock-knockin' on heaven's door...



jueves, 14 de junio de 2012

El amor es bipolar


Es como cuando te enamoras y sabes que vas a sufrir. Porque sabes que el amor duele. A ti el amor siempre te ha dolido, es una afirmación empírica. Pero te enamoras. Recuerdas que eres masoquista. Y piensas que no hay más solución que aceptar la derrota. No es conformismo ni pesimismo, simplemente es un realismo agotador. No hay más. Creo que el amor es una piedra que siempre nos hará tropezar.

Y cuando reconoces que te has enamorado, toca sobrevivir. Sobrevivir a la tentación de suicidar tus esperanzas. Sobrevivir a la incomprensión que la gente muestra hacia tus sentimientos. Y, sobretodo, sobrevivir al miedo. Siempre el miedo. El miedo a que te hagan daño. El miedo a quedarte solo. Creo que la soledad es la pesadilla que todos soñamos despiertos.

Suelo decir que estar enamorado es como naufragar por un inmenso océano que se expande hasta donde alcanza nuestra capacidad de sufrir sin rompernos. Sufrir sin dejar de ser humanos. Y creo que la capacidad de sufrir es infinita. Así que sufres sin mayor consolación que la de rescatarte en un pasado más feliz, cuando sonreías más a menudo. Ese pasado es nuestro medio de navegar. Nuestro medio para no ahogarnos.

Y, sinceramente, llegados a este punto, os diré que muchas veces me entristece considerar la existencia de ese pasado cargado de cierta esperanza. La esperanza es, precisamente, esperanza. Y cuando estás a punto de ceder y saltar hacia el abismo de perderte, la esperanza surge como un salvavidas. Y te mantienes vivo y al mismo tiempo tan muerto. La esperanza retrasa la enfermedad, pero también la cura. Y comprendes que estás atascado en el libro de la vida. Atascado en un capítulo que ya has leído muchas veces, pero que nunca cesas de releer. Otra vez. Y otra. Y otra. Porque piensas que quizá lo hayas entendido mal. Ya sabéis, la esperanza y mi teoría de que el amor es una piedra con la que nos va a tocar tropezar durante mucho tiempo. Así que vuelves a releer ese capítulo de tu vida deseando que esa sea la última vez que tengas que hacerlo.

No sé. Es esa sensación la que me nace cuando pienso en el amor. No en el amor en general, sino en el amor que yo he experimentado. Bueno, quizá no pueda llamarle amor a eso. Aunque supongo que a falta de pan buenas son tortas. Y, sincerándome, me canso de todo, pero no me canso de nada. Es la paradoja de mi vida. La insistencia que me lleva a volver a ilusionarme. A enamorarme. A sufrir. Ese es el capítulo de mi vida que he leído mil veces, pero que siempre volveré a releer. Llámalo masoquismo. Llámalo esperanza. Y sobre la solución. ¿Qué solución? Las variables de la ecuación de mi vida indican que no hay más solución que aceptar la derrota. No es conformismo ni pesimismo, simplemente es un realismo agotador. 

Quería compartir con vosotros esta, llamémosla, perspectiva de algo tan misterioso como es el amor. Algo tan profundamente complejo y sencillo; tan oscuro y tan luminoso; tan capacitado para hacernos sufrir y, a su vez, tan capacitado para hacernos dichosos. Sin duda, el amor es bipolar.


Dedicado a Jota, por aguantarme.



lunes, 4 de junio de 2012

Una crisis de naturaleza existencial


Tengo 18 años, unos cuantos meses, unos cuantos días y unas cuantas horas. Y sus respectivos cientos de sueños e ilusiones que esperan, tan vibrantes, ser realizados. Soy un palpitar severo y constante de todo aquello que quiero ser, y no soy. No soy por las condiciones y las contradicciones. Ojalá en esta vida pudiésemos ser aquello que somos. Digo, aquello que somos en nuestros sueños, en aquel lugar que no es sino cuando dormimos; o, por otra parte, en aquel lugar que pensamos, donde existimos sin existir como existimos.

He tenido unas duras crisis existenciales estos últimos días. Crisis que vienen con esas preguntas que te posicionan en el borde de un precipicio, un precipicio al que no puedes saltar, un precipicio que sólo puedes contemplar. Contemplar el abismo y sentir el vértigo. Y sentirte vivo. Es como una tortura. 

Me levanto sin saber muy bien qué hacer, quién soy o quién quiero ser. Siempre desayuno una crisis de identidad. Y esa sensación de incomodidad hacia una identidad tan levemente caracterizada se prolonga durante todo el día. Así que todo el día soy un par de incógnitas que no pueden ser despejadas. Un mar de heridas que no son tratadas. Ojalá llegasen un par de respuestas para saciar el apetito de vivir, porque ahora mismo no vivo, desvivo en una vida que naufraga. Quizá sea mucho lo que pido.

Y respecto al amor, del que siempre he creído que es la respuesta, creo que en mi vida sólo me ha llegado de forma fragmentada. Como un aperitivo. Como el entrante de algo que no termina de entrar. Como la dosis de algo que no consigue generar en ti ningún juicio crítico. Y es siempre ese constante dubitar. El masoquismo de creer en algo que nunca has experimentado, pero supongo que todo es cuestión de fe. Cuestión de esperanza.

Y esta es mi vida. Un ser o/y no ser. Un ir y venir, sin saber muy bien qué hacer o a qué atenerse. Y a veces me derrumbo, y otras me alzo entre ciertos aires de victoria. Pero nada dura, ni las ruinas ni los cimientos. Y quizá eso sea lo peor, que soy un indispuesto presente. Un culo de mal asiento en la silla del mundo. Una crisis de naturaleza existencial.


miércoles, 2 de mayo de 2012

En fin


En fin. Se me escaparon todos los motivos para decirte que te quería. Se evaporaron la constantes vitales de este corazón que latía por besarte algún día. Soy un romántico, qué putada. Y, te quise, pero no te quise. El amor, ¿quién lo entiende? Yo sólo buscaba algo tan sencillo como sentirme pensado, necesitado, esperado, querido. Pero con el amor también contraemos la dificultad de entendernos. Entender, qué putada. Las personas son muy difíciles.

Así que, en fin, finalizó todo. Lo mío. Lo tuyo. Lo tuyo conmigo. Lo nuestro. Y, bueno, ya estoy acostumbrado a estas amargas despedidas. Acostumbrado a decirle adiós a las ilusiones de encontrar, definitivamente, mi sitio. No existe mi sitio. Existe que, tan cansado, algún día derrumbaré mis fuerzas en cualquier lugar, y ese terminará siendo mi sitio. Llámalo conformismo.

Grito estas letras ahora que mis pulmones se han cargado de cierto positivismo. Es el ciclo natural de una ruptura, supongo. Ruptura, qué palabra tan profunda. Profunda como el abismo donde perecen todas aquellas relaciones que rompimos. Un abismo incansable. Un abismo que, tan frío, nos mantiene vivos. Es el vertedero de todo aquello que sufrimos algún día.

Y yo sólo sé que no sé nada, respecto al amor. Llevo tantas y tantas desilusiones rotas buscando algo. Llevo casi media vida buscando una vida que me complemente. Si es que, como decía, ser romántico es una putada. La vida te da por culo más de lo habitual. Yo finjo que no duele pero, cuánto duele romperse contra la ingravedad de los días solitarios.

¿Sabes dónde está el problema? el problema está en sentirnos héroes en un batalla que nos mató hace tiempo. Somos fantasmas que se resignan a aceptar que están muertos. ¿Por qué no lo aceptamos? fue un jaque mate rápido y limpio. ¿No sabes por qué no lo aceptamos? Es lo de siempre, te lo diré, es el orgullo.

Orgullo, qué palabra tan nuestra. Tan de todos. El orgullo es la principal causa de las rupturas. El orgullo, qué hijo de puta. A veces tenemos que entender que todos somos marionetas en manos de ese monstruo. Tomos somos, a sus manos, desfiguradas nociones de nosotros mismos. Supongo que, como siempre, tenemos miedo. Miedo a hacernos daño, a equivocarnos, a enamorarnos y sufrir en el intento. El miedo a que alguien nos rompa sin apenas sentirlo. Puta indiferencia.

Y es que somos humanos. Somos imperfectos. Somos imbéciles, por defecto. Somos, somos, somos. Necesidades. Aspiraciones. Ilusiones. Esperanzas. Deseos. Sueños. Miedos. Victorias. Derrotas. Personas. Recuerdos. Y, después de todo, es como si no fuésemos nada.

No hay que alarmarse. Supongo que el día en el que, como decía anteriormente, nos cansemos y nuestro sitio sea aquel donde derrumbemos nuestras fuerzas, supongo que en aquel sitio también otra persona habrá derrumbado las suyas. Y, con suerte, surgirá algo bonito entre los escombros. Los escombros son corazones que se han roto.



¿Hay alguien en la sombra? Tengo frío.


viernes, 30 de marzo de 2012

Habitación en penumbra


Cierra los ojos. 

Tiene un rostro perfecto. Vale, diréis que no existe nada perfecto, pero ella es la excepción que confirma la regla. Estoy enamorado y creo que en el amor no hay nada escrito. Sus labios tientan el vértice de besarla. No está muy lejos, puedo inclinarme hacia el vértigo de perderme en el roce de su boca. No lo hago. Ese momento, es tan quieto. Ese momento tiene la magia de quedarnos en silencio, tanto tiempo como duremos sin tener la necesidad de romper distancias y abrazarnos. Por ahora, aguantamos. 

Mientras la observo, pierdo la noción del tiempo. Mientras la observo, no existe más que la noción de que la quiero mucho. Mi corazón y sus latidos son los instrumentos de medida más certeros. Los puedo escuchar golpeando mi pecho. Podría bailarle a ese compás todas las caricias habidas y por haber. No lo hago. Ese momento, es tan quieto.

En la oscuridad donde nos encontramos nos vemos mejor por dentro. Nos escuchamos mejor los silencios. Hay una paz extraña impregnando la habitación. La misma habitación donde no existe más que lo que traemos dentro: las ganas de mecernos bajo la suave brisa de nuestras respiraciones. No hay problemas en estos metros, sólo el deseo de encontrarnos, entendernos, amarnos. Amarnos... es el verbo perfecto. 

Abre los ojos. Tiene un extraño brillo vistiendo su mirada. Me quedo hipnotizado durante unos segundos, pasan algunos años en ese momento. Ese momento, es tan quieto. Y, en esa quietud, nos hemos movido tanto. Me inclino hacia ella. Voy a saltar hacia la adrenalina de tocarla. Siento el fuego de la necesidad. 

Cierro los ojos. Tiene un beso perfecto. 


domingo, 11 de marzo de 2012

El amor ni se crea ni se destruye, sólo se transforma


Había ceniza en su mirada. Iba a llorar y se le secaron las lágrimas en el borde del orgullo. No es agradable llorar por causas perdidas. Han pasado algunos años. Dos años. Y en el recuerdo no han pasado ni segundos, porque los recuerdos viven congelados. Son fotografías de la mente. 

Había guardado el secreto demasiado tiempo. Los secretos son gritos que callamos. A veces duelen, otras veces, también duelen. Guardé el secreto porque tenía miedo. Siempre el miedo. El miedo de gritar y que nadie escuche. Sólo quería que escuchase ella. ¿Y si el grito fuese a sus oídos un sonido indiferente? No hay nada más duro que el diamante de la indiferencia. Nada más duro que la roca en la que se convierten los corazones que han sufrido hasta  perder la capacidad de sentir el mundo.

Había guardado el secreto demasiado tiempo, pero ya no era un secreto. Otros habían gritado por mí, lo que era mío. Y, de un día para otro, me encontré medio desnudo, medio herido por haber sido víctima de la amputación de algo que, considero, hace al humano libre: el poder de la decisión. Otros decidieron por mí y, tan frágil, tan ausente, mi secreto ya no es de nadie. Sólo del viento.

No hace mucho, me contaron lo sucedido. Era una de las últimas noches de febrero. Han pasado dos años y, tan lejos, recuperé aquel pasado en segundos. El pasado de haberme enamorado de un encuentro de perfecciones. Un encuentro de perfecciones encarnadas en un cuerpo.  

Si es cierto que todo ha cambiado. Que ya no hay música en ese recuerdo. Han despojado de encanto al hechizo de sus ojos, y ese amor que me latía, se ha apagado. No es triste, es cambio. El mundo gira y giramos, en el frenesí de madurar, de olvidar. No, no olvidamos. Pero, sin olvidar, los recuerdos, con el tiempo, se convierten en fragmentos apagados de aquel brillo en el que nacieron. El amor ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. 


jueves, 1 de marzo de 2012

Only the lonely


Ya no está. Se fue entre las dudas de decirle que se quedase para siempre o decirle un silencio de despedida. El silencio era el orgullo. Y venció. Y ahora estoy solo. Aquí, entre tanto frío de soledad. No me acostumbro a la escasez de su calor. Los abrazos. Los besos. Ahora sólo queda la necesidad insatisfecha.

He pensado en correr hacia ella. Encontrarla. Rescatarla. Gritarle las verdades que se me quedaron en la punta de la lengua. Sinceramente, la quiero. La quiero mucho pero... ¡pero! ¡ese es el problema! ¿puede haber verdadero amor en la condición? 

He llorado tanto. Llorar hace que me de cuenta de cuánto significaba para mí. Había algo cuando la miraba. Había algo cuando pensaba en ella. Cuando contaba los minutos que faltaban para vernos. Cuando, hipnotizado, dormía viéndola dormir. Ella era tan hermosa. Dios. Ojalá pudiese rescataros su rostro. Y su mente. Y su forma de enamorarme. 

Tengo que pasar página. El tiempo no va a permitirse el lujo de esperar a que me decida. Yo estoy en una estación, esperando un tren. Quiero ir lejos. ¿Podré avanzar sin mirar atrás? No puedo mirar atrás. No puedo recaer en el alcoholismo de sus besos, porque ya no están. Sólo quedan botellas vacías. Cicatrices difusas. La exageración de la pérdida. Como ya no la tengo, la necesito mucho más. Siempre es así. No sabes lo que tienes hasta que lo has perdido.

Tan distraído fingiendo indiferencia. No me gustaba desnudarme en sentimientos para ella. Ni para nadie. Me gustaba ser el caparazón de la razón. Del corazón. Disfrutaba siendo la punta del iceberg que oculta, bajo el agua, la mayor parte de su existencia. ¿Las cosas hubiesen cambiado si hubiésemos vivido bajo la superficie? ¿las cosas hubiesen cambiado si le hubiese dicho todos los besos que nunca le dije? Fui mi propio verdugo. 



lunes, 23 de enero de 2012

Los días raros


Hace tiempo que me pierdo; que me encuentro en ninguna parte. Hace tiempo que he callado todos los gritos que, en silencio, han desnudado cicatrices. ¿Y ahora? ya no sé que hacer ahora. Ya no sé si no sé nada, o si lo que sé no tiene importancia. ¿Es necesario responderse?

Como siempre, tan acostumbrado, termino en el mismo apagón de llanto. Llanto silencioso e invisible. Ya no lloro, pero cuánto he llorado. El peor llanto es la sequía y estoy seco desde hace mucho tiempo.

Algunos días quiero escapar lejos. Lo más lejos posible. Creo que lo más lejos posible no será lo suficientemente lejos. Otros días quiero quedarme y anclarme en estos sitios, tan vistos, tan cegados. Lugares tan ausentes de algo nuevo. Y después de esos "algunos" y esos "otros", hay una tercera clase de días: los días raros. 

Los días raros son incognoscibles. Los días raros me abandono en el vaivén de silencio. Los días raros me desencanto y me encanto. Los días raros no me entiendo, no me importo. Los días raros arañan y curan. Los días raros llegan sin avisar y entran, siempre entran. Los días raros soy yo cuando me siento insensible al ruido.

Soy la necesidad de saltar por el precipicio de romper viejos miedos. Soy la indecisión del cambio. Hace tiempo que no me entiendo. ¿Me habré convertido en mi pasado?