viernes, 17 de diciembre de 2010

Las horas que se llaman Julieta

Tú nunca entenderás por qué lo hago, por qué salto al vacío cada día y vengo cada noche a contártelo, medio vivo y medio muerto, feliz sabiendo que todo lo que hago no sirve de nada. Nunca sirve demasiado, siempre acaban siendo polvo las esculturas del amor y el odio que levanto cuando los días pasan por el calendario con fugazidad. Todo. Todo es nada y nada es suficiente; nunca lo es, nunca lo ha sido. Y me desespera ver que a pesar de todo, la resignación es la única arma que aún no nos abandona, de momento.

Te pido Julieta que me dejes intentarlo, perdona amor si no entiendes ésto, y es que los latidos del corazón no hablan, se sienten, y aquí los pongo por escrito, en voz de las circunstancias y la tentación del silencio. Lo hago para que las cosas cambien, si es que aún pueden cambiar. Lo hago como un grito de auxilio, nadie puede decirme si lo escucharás. Lo hago, para que quizás mañana me mires con otros ojos, para que sepas que sigue siendo demasiado tarde desde hace mucho tiempo. Por eso no nos queda más que el olvido en estas tardes de diciembre; a fin de cuentas todo está perdido y luchamos como suicidas siempre que podemos, por si las moscas de esta batalla dejan de recordarnos que ninguno de los dos ganó el segundo asalto.

Demasiado perdimos y ¡seguimos vivos!

¿Sabes cuántas lágrimas me matan en silencio?, cuán difuminada por el dolor queda mi imagen en los espejos. Yo, que soy como la torre derrumbada en tu tablero de ajedrez. Tú y yo, siempre queda una distancia insuperable entre los dos. Es como si el corazón latiera fuera del compás de los días y no hay otra solución que resignarse y aceptar que no hay segundas oportunidades. Nunca las ha habído aunque nos cueste, aunque las sigamos buscando, porque la esperanza es lo último que se pierde. Ahora lo entiendo mejor.

Tanto tiempo ha pasado, tantos otoños desnudos de tu sonrisa, tantos inviernos perdidos en el frío de un silencio que nunca termina, como una espiral de desolación que lo es todo y nada, quizás lo único que queda; un traje a medida. Sabes, aún sigue fresca en mi la cicatriz de tu nombre, la cicatriz de tu pelo ondulando al viento, de tus ojos pintando la inmensidad del océano que mi alma navega como un naúfrago.

Me cuesta aceptar que pese al tiempo que ha llovido, tú sigues intacta en la perfección del recuerdo. Tanto tiempo en mi reloj se ha consumido, que creí que ya no serías en mis recuerdos más que una extraña sensación pasada. Pero me equivocaba de nuevo, porque sigues viva como siempre, tan perfecta con los días como si nunca envejeciera tu tez delicada y me alegro, me alegra saber que sigues conmigo, aunque nunca estuvimos juntos, aunque entre tú y yo siempre existió el vértigo de un precipicio que superar.

Instinto animal

25 horas de la noche de San Valentín, un 14 de febrero para olvidar, como se olvidan los domingos grises de cumpleaños o el mal sabor de boca de un beso que no consigue despertar.

Corres por los pasillos de la estación con un ramo de rosas rojas que brillan en las paredes de un negro aterrador. A cámara lenta, aunque el reloj siga su paso firme; a cámara lenta corres con furia hacia los bagones del metro que rugen en las vías con un sonido metálico de prisión. Sabes, no vas a llegar, las prisas siempre dicen que casualmente no hay prisa posible para alcanzar el final.

Cariño, lo siento, yo ya sabía que no llegarías, que tus promesas no pueden vencer las casualidades de este perro mundo. Yo ya sabía que la pasión no consigue que las cosas salgan bien. La pasión siempre acaba en el llanto o la rabia, porque no hay suficientes kilómetros cuadrados en el corazón para sentir todo esa acumulación de besos y caricias que acaban explotando en miradas de extreñimiento emocional.

Corres por los pasillos de esa vieja estación del Boulevard con un brillo de ojos que grita que las lágrimas te pinchan la retina con ansiedad. Puedes llorar cariño, nadie te va a preguntar, y si preguntan diles que se te ha metido en el ojo una de esas pestañas que se mueren de la risa. Cariño, siento mucho que hoy no pueda ser un día espacial (astronaútico); un San Valentín para desechar por la mañana con los escasos preservativos sentimentales que caducan sin usar. Sabes, no sé si nuestro amor es de papel o de cartón, de vidrio o plástico, si nuestro amor es orgánico y se consume con cada bocado de humanidad, ¿quién sabe? puede que nuestro amor sea un sabroso mordisco que va perdiendo su sabor, como las pizzas de esa pizzaría de esa calle que llovía sonidos confusos de cristales rotos y The Strokes.

Estés donde estés, alza las manos hacia el encapotado cielo de estación y menea tu cabeza al son de esos latidos que surgen cuando duelen los segundos ¡qué no se te olvide! es lo que hace la gente cuando pierde la esperanza, que en estos casos se pierde cuando pasa el último bagón ¡Qué desolación! Luego tira las rosas en el andén y escapa escaleras arriba con toda la fuerza de un adiós, que la cámara se quede mirando las rosas con expectación, como muestra de que algo huvo entre los dos, algo rojo y frágil, tenue y fugaz. Un amor orgánico que se consume como un pétalo de rosa; eau de toilette, eau de amor. Eau que me compraré la próxima Navidad, cuando empieze a olvidar nuestra historia y mi olfato no recuerde el olor de tus dedos por mi espalda, cuando mis sábanas hayan olvidado el calor de tu piel o cuando las lentejas no me sepan como las hacías tú.

Por fin puedo reconocer que nuestro amor fue el de dos perros callejeros, dos perros de estación de metro, de un metro del Boulevard Instinto Animal.


jueves, 9 de diciembre de 2010

Feliz no cumpleaños


Sabes, me he vuelto un paranoico, ya no me entiendo. Todo es tan perfecto... Sabes, voy a contarte mi día. Sí, todos tenemos un día de protagonismo, de heroicidad.

Mi día es un día como esos en los que va a llover, pero nunca llueve. El viento corretea gélido por el jardín y se cuela por las entreabiertas puertas del salón. Sabes, hoy nada es lo que parece. En el fondo de la piscina 46 hojas yacen ahogadas desde noviembre, el frío las arrancó. En el sótano papá escucha con la puerta cerrada música ambiental, con los ojos ausentes, apoyada su cabeza sobre la mano, parece estar en paz. Mamá prepara una paella en el asador, con su batín rosa y su suéter amarillo de algodón. En la cocina la abuela se mueve con movimientos patosos; prepara como cada domingo la ensalada de cebolla y tomate. Sobre la mesa, en un bolsa, seis barras de pan descansan aún calientes y con su miga blanda; alguien ha arrancado la punta de una de ellas.

Sabes, hoy nada es lo que parece. Y me gustaría que pareciese, que fuese uno de esos días de cumple, como cuando éramos pequeños, ¿lo recuerdas? Me gustaría decirte la verdad, que estoy descontento con este último año, que sigo como siempre, que todo va a peor, que estoy derrumbado, que sigo andando pese al cansancio aterrador... Sabes, hoy todo es como capicúa.

Quisiera gritar tantas cosas... alzar la voz contra el viento, romper ventanas y huir de los caminos de siempre. Salir y andar, y andar. Andar hacia ninguna parte. Andar y perderme. Sí, perderme y no volver... Y encontrar la felicidad cuando se hayan agotado las posibilidades. Sabes, puede que desaparecer sea más fácil que fingir.

Y ahora sacan la tarta. Sabes, han puesto las velas al revés. Ahora cumplo 71 años y soy un héroe para esas personas que buscan la eterna juventud. Por un momento sonrío, detalles de la precaria despreocupación. Seguro que nadie se ha dado cuenta, el perro del vecino ladra en el exterior. Y soplo las velas antes de que apaguen las luces, antes de pedir un deseo que no se cumplirá. Soplo las velas antes de que la gente sonría y se ilusione; las soplo y, después, todo ha pasado, como si nada, como si todo, como si siempre o casi nunca.

Sabes, un domingo normal. Un domingo que nadie va a recordar. Que va a dejar tiritando las expectativas. Un domingo neutral, poco casual, de esos que aburren y desmoralizan. Un domingo como esos en los que parece que va a llover, pero nunca llueve. Y terminas el día con mal sabor de boca, escuchando The Killers en la cama con una sensación de abandono propia de los días decadentes de diciembre. Como cuando la mañana del 25 las ilusiones infantiles de Papa Noel han despertado: ya no hay árbol ni colorines, ya no hay polvorones ni ilusión. Ya no, ya no recorre mi habitación el olor del papel de regalo, ni las risas materialistas de antaño... ¡Me han regalado una extraña sensación!

Sabes, todo esto me asusta, poco a poco, pero tan de repente, parece que el mundo brille un poco menos y tengas que tener el suficiente valor como para aceptar que tu vida ya no es como cuando tenías 7 años y todo, absolutamente todo, se arreglaba con una tarde de cine y palomitas.

Sabes, me gustaría volver... volver a aquellos días de diciembre. Todo era tan fácil, tan irreal. Felicidad sin complicaciones ni pasiones. ¿Lo recuerdas? Pero ya no podemos, ya no. Ya no podemos volver allí. Hace tiempo olvidamos las ilusiones de volar por el cielo, de viajar a la Luna, de bucear por los mares, de llegar a la cita del té. Y es que como Peter Pan en nuestro mundo, nosotros también olvidamos todas esas promesas de la infancia. Y me gustaría que no fuese así. Me gustaría que tus ojos brillasen aún con esa luz tan peculiar con la que reías. Ya no puedes, y ojalá pudieses.


Qué importa, 17 años o 71, si después de todo, nada es lo que parece.


Feliz. Feliz no cumpleaños.


domingo, 17 de octubre de 2010

Cuatro asaltos, salta ya


Primer asalto: Actualidad

Escucho Copenhague, me inspira, me hace pensar, me tienta, como si me dijeran que la muerte no va a doler, que puede llegar en cualquier momento; tú no te vas a enterar.
Y mientras miro los ojos de Alex, me doy cuenta de una actualidad que nadie entiende, siquiera él es consciente de lo que sus ojos azules transmiten, y cada persona puede interpretar lo que quiera. Alex DeLarge y su experiencia con el mundo, que, aún ficticia, se ha clavado en mi mente como una cruel hazaña que he de recordar durante toda mi vida. Él me ha enseñado una de las piezas perdidas de mi libertad. Dejarse llevar suena demasiado bien.

 Segundo asalto: Realidad

Voy a poner las cartas sobre la mesa, tras intentos desesperados por huir, por decir en voz alta lo que todos nos esforzamos en callar. Y sin duda, sigo en pie, lo suficientemente loco como para actuar, actuar sabiendo que lo que hoy haga cambiará el transcurso de una vida, porque es tan importante el paso que hoy doy, que me arriesgaría a decir que podría asesinar esos viejos temores de toda una existencia. Temores y miedos que no me dejan dormir, aún peor, temores y miedos con los que duermo, que han escrito mi historia, mi realidad. Y es ahora cuando el hombre decide volver al camino del principio, a su origen, a cuando era un ignorante y empezó a elegir (mal), pero ahora vuelve con la experiencia de haberse perdido, de haberse encontrado en la más completa y desatrosa, tortuosa y cruel oscuridad. Ser valiente no es sólo cuestión de suerte.

 Tercer asalto: Golpeame bien, hazlo bien

Alex vuelve a mirarme, he jurado no volver a decir nada de su mirada, pero realmente, representa la crueldad del mundo, la tentación de darle un puñetazo a las reglas, de quedarse dormido cuando toca despertar, "me duele la quijotera, mamá" Y por un instante, deseo ser esa regla, ser destruido, pues si soy destruido, será destruida toda la agitación superficial que me ha llevado hasta aquí, y sentir el dolor no es algo malo, sino la única solución certera para despertar, una patada que te saca del sueño y te hunde en un pozo sin fondo donde puedes respirar, y te mantienes cerca y a la vez lejos de todo, porque con la cabeza bajo el agua no escuchas los sonidos, y tu visión se reduce a una serie de destellos y desfiguradas imágenes. Me pregunto si la libertad ahora significa sentirse un pez. Golpeas bien, lo haces bien.

Cuarto asalto: Finalidad.

Y todo esto tiene su fin. No un final físico, no un punto y final, sino un momento de desacuerdo total, de discriminación de las ataduras, de sobrehumana libertad. Y el hombre, el niño o la máquina, ha despertado, no para siempre, pronto volverá a dormir, pero durante un instante la realidad no ha sido cruel, sin duda, la verdadera realidad es tan hermosa que un simple instante de ella ha dejado marca para siempre en el hombre, en el niño o en la máquina.
¿Crees que alguién los encontrará?


viernes, 15 de octubre de 2010

Bea, the woman who pretends to love me

Y ahora es ahora; cuando no encuentro el momento adecuado para decir que aún te quiero, que aún te duermo, que aún te necesito, como necesito respirar, o como necesito ese trago del olvido para poder reír.

Y patético es estar en un punto muerto, sediento por avanzar, aunque sea hacia un precipicio, aunque al saltar todo vaya mal y luego me arrepienta, como suele pasar cuando bailo ciegamente con la discordia, cuando me imagino un idílico final para esta tragedia particular. Siempre he sabido soñar, en despertar nunca progresé adecuadamente.

Y si ahora me confieso, diré que soy un cobarde, un ignorante de la vida, un temerario lleno de valor, un jubilado en la pensión del pecado de tus labios que sólo sabe fingir una realidad tan onírica que he llegado a dudar. Pero soy un experto en confiar en el vacío, en la falta de promesas, en que el tacto frío de un adiós puede traer una cálida alegría.

Yo que soy yo, que aprendí del miedo toda mi biblia, y cuyo único propósito que persigo en esta vida es buscar mi pequeño rincón. Y tan difícil es estar en paz con mi alma, si acaso existe, tan difícil es estar de acuerdo con la razón, que te aseguro que hay noches en las que me encuentro en un punto alejado de lo real, en las que cierro los ojos y, sin dormir, siento como floto disimuladamente por un mar de insuficiencia material, de falta de palabras, de carencia de necesidad. Y soy libre, y esclavo de ese sentimiento que hace que abra los ojos, que me empuja a afrontar la realidad, a chocarme contra ese muro que nunca he derribado, que no quiero derribar, que soy muy miedoso, un guerrero patético, no sé luchar.

Y ahora es ahora, y sólo busco tu nombre entre las voces confusas de la gente, tu mirada entre la calidez de las estrellas, tu cuerpo en Bea, the woman who pretends to love me.

Princesa de fotografía

Porque cuando me miras pienso que aún te gusto, que no somos tan diferentes; pero entonces recuerdo que he cambiado, que las cosas no son como antes, entonces me odio por haber perdido el gusto por tu sonrisa y por esas tus miradas que me hacían soñar.

Y es triste, el corazón ya no late con esa fuerza heroica, ya no suele pasar calor cuando, en el crudo invierno, viene tu recuerdo e intenta despertar viejos hábitos que olvidé, perdona princesa pero ya no me hacías feliz.

¿Ahora sufres, verdad? Ahora te preguntas cosas, lo sé.
Pero yo ya no puedo rescatarte. Me cansé de ser el villano que buscaba la paz, de ser el gilipollas que desabrochaba tu manoseado corsé; y sólo espero que entiendas que este no será el final, que volverás a dormir con otros, ya nada me puede importar. Ahora tienes toda la tranquilidad: no tendrás que volver antes del amanecer, no tendrás que temer por romper mis ilusiones como un delicado cristal, creo que mis ilusiones las rompiste la vez que supe que nunca, lo nuestro, sería para ti lo principal.

Y he de reconocer que en algún instante del momento un arañazo recorre mi espina dorsal, es una especie de sentido sentimental, ¿sabes que no te he podido borrar? Al menos no del todo, aún quedan esas noches inmensas de amor, esos brotes sinceros de pasión que no se olvidan, esos pozos sin fondo en los ahogábamos esa maldita desconsideración.

Y sí, princesa, aún guardo esas fotografías de carnet que nos hicimos aquella tarde de otoño, mientras miles de hojas caían en el boulevard.

90 años de vida

Y veo tu cara empapada en llanto, lágrimas que caen en mi ausencia, cuando yo estoy muerto y no soy capaz de calmar tu ansias de gritar y romper ventanas.
Y si cambiase el transcurso del destino y viviese, ahora estaríamos juntos en este porche, mirando como el sol de otoño muere tras las montañas, y quizás nuestras lágrimas fuesen de alegría.

Y envejecer juntos, dormir juntos, observar como nos vamos arrugando con los días, inevitablemente. Pero no es posible ese placer intenso, y no es posible un final feliz para esta historia, porque yo me voy y tú lamentas mi partida; tras tantos años juntos el destino te quita mi compañía, y es como si el corazón tuviese frío y tiritase demasiado, ahora tus fuerzas menguan y tus emociones callan, eres una mariposa consumida, pero sigues siendo tan hermosa como siempre.

No sé si existirá el cielo.

domingo, 3 de octubre de 2010

El Boulevard de la calle roja

Y en algún momento se vuelca mi corazón, y en algún momento me doy cuenta de que el tiempo me apunta con su pistola, que estoy indefenso y humillado, y fingo estar liberado de esa opresión social con la que siempre estoy en contacto...

Ahora salto al vacío, espera, no quiero morir aún. Necesito respirar humo y tener algunas cicatrices, que mi piel se hunda en la rabia de alguien; que caiga al suelo sin quererlo y me tiemble el labio mientras humea caliente sangre que saboreo, medio victorioso. Sigo vivo, el corazón aún me late, me baila, su sonido impactante destroza mis venas, o al menos esa es la sensación que recorre mi aparato nervioso.

Y en algún momento de la torpe situación, yo en el suelo demasiado quieto, mis ojos abiertos y mi pecho asfixiado, tu imagen cruza mi memoria, te recuerdo y el tiempo se para durante pestañeos, ya estoy acostumbrado a que vengas en los momentos más humillantes de mi carrera profesional, quisiera poderte olvidar, poner mi corazón fuera de cobertura y escalar la montaña de la locura, convertirte en hielo y derretirte en un mar furioso, alejar tu eco y esconderlo en la profunda cueva que he creado para ti, prisión onírica que encuentro a altas horas de la noche. ¿Pesadilla express dígame?

Ahora me doy cuenta, la pistola del tiempo sigue apuntando mi cabeza, con sarcasmo lo he llegado a comprender, me gusta el peligro y la tension no resulta, que mis huesos se tensen y mi frente se arruge, que mis pupilas se dilaten y se sequen mis labios, que mis manos suden fuego y lata en mi cuello esa extraña vena que amenaza con explotar.

¡Pum! ¡Pam! o ¡Bum! Sólo llego a escuchar un chillido seco, la bala impacta en mi cabeza, no siento nada. Ahora quisiera despertar, por favor.

Estoy demasiado seguro: tú apretaste el gatillo, fuiste tú la culpable de que ahora mis sesos escriban tu nombre en una pared medio muerta del Boulevard.

sábado, 2 de octubre de 2010

El instinto primitivo del hombre

No te creas lo que vives, yo aún debato con el subconsciente, puede ser un sueño, en ese caso no morimos, sino que despertamos en otro lugar y en otro tiempo, en otro cuerpo y en otra mente, somos libres en un instinto primitivo. Si escuchas con atención oirás unos sonidos, ¿latidos del corazón? ¿el engranaje de un reloj escondido? ¡Oh! Todo es posible, incluso aquello que creímos imposible. Sólo hace falta entender un poco el universo, entender que el universo es infinito, que somos una sombra sin contorno, un mundo vestido con carne y hueso, disfraz corporal de humo, ¿nunca has sentido vértigo cuando caminas como un sonámbulo por las calles, perdido y desorientado? Yo sí, ahora lo siento, también siento como mis dedos se duermen en el teclado, y salen letras que componen una copiosa melodía que hace que se mueva dentro algo bonito, hermoso, como lo son tus ojos o la muerte de una rosa en el crudo invierno. Dime si acaso no lo has sentido, en algún momento, en algún instante en el que te sientes como parte de la Nada, de un suspiro interminable, deshabitado, inalcanzable.

Y me vuelvo loco buscando la forma de escapar de este laberinto, alguna vez en el espejo he comprobado que todo es mentira, que no hay laberinto, que todo es un truco de mi mente para mantener la actividad, para pensar que tengo una finalidad, mi gran hobby es perder el tiempo en la odisea que busca encontrar respuestas, nunca las he encontrado, son ficticios placeres que alguien prometió con la voz de un diablo.

No te rindas, no sigas, detente, respira... ¿lo ves ahora? Se feliz, sonríe, no llores, goza, grita. No importa cómo, ni dónde, ni cúando, ni con quién, la felicidad es el instinto primitivo del hombre; toca fondo, destruye tu coraza, que brote la sangre de la herida, siente por un instante como estás vivo, que no merece la pena que intentes preguntarte cosas, pues la vida puede concluir con la duda entre las cejas, y las arrugas en la frente del "¿Y ahora qué?" No cometas ese error, hoy hace noche de estrellas, de luna, de posibilidades, sal a la calle, respira, hunde el reloj en el barro, que suden los minutos.

No te creas lo que vives, yo aún debato con el subconsciente, puede ser un sueño.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Los trenes del ocaso




Sus ojos congelados en los suyos, nadie comprende el final, nadie quiere decir la última palabra.

El tren emite el vibrante sonido de la despedida, ahora empiezan a precipitarse las lágrimas y a secarse la garganta; no sabe que decir pero tiene muchas cosas que decirle. Acaso un beso no es suficiente, ¿por qué no disfrutó de todo el tiempo que pasaron juntos?

Sabiendo que puede que no vuelva a verlo, que el tiempo no curará las heridas. El tiempo, eterno y fingido, hoy los separa, los conduce por caminos distintos. En el reloj de la estación los minutos pasan demasiado lentos, pero pasan, no se detienen. Los minutos, que nunca han entendido al hombre, que siempre han hecho correr a las personas en su fatídico baile por existir.

Vuelve a sonar en la lejanía del andén el sonido que augura la inevitable separación. Ahora el corazón empieza a palpitar fuertemente contra el pecho, los labios intentan en vano decir algo, la conciencia grita palabras de auxilio que, no obstante, nadie escuchará. Demasiado tarde, las sombras de la estación se vuelven de humo, no ve nada más que a su hijo, nada más que al niño que crió, asomado por la ventana del tren con destino incierto, las lágrimas rozándole la joven mejilla. Tiene ganas de ir corriendo, subir al tren y abrazarle, decirle cuanto le quiere, que le necesita y que volverán a estar juntos, pero sus piernas no responden, se queda parada en la estación como una marioneta desprovista de hilos. Su imagen, absurda y lívida ante el resplandor blanquecino de la luz solar que se filtra por los ventanales de vidrio.

Por tercera vez suena el silbato, lejano, que apremia a los últimos pasajeros del andén a que se suban. El tren de acero y olvido se pone en marcha.  De repente se ve envuelta en un sonido metálico, mientras ve como su hijo se marcha, se marcha a combatir en la guerra, marcha hacia un destino incierto, marcha ¿hacia donde marcha? me hubiese gustador saberlo.

Antes de que el tren se pierda por el horizonte, María recobra el habla y grita el nombre de su hijo, él ya no podrá escucharla, pero la esperanza de una madre no sabe de tales consideraciones. Empieza a correr por el andén, intentando alcanzar el tren, pero no puede, ni sus fuerzas ni sus frágiles piernas lo permiten. Su hijo ve desde la ventana destellos de como su madre se desfigura en la lejanía, la fugaz imagen de su rostro, comprimido por el dolor; ese quiás será el recuerdo que le despierte todas las noches.
María concluye su carrera, sus ojos brillan una última vez antes de decir algo en voz baja, nadie llegó a escucharla.

En el tren, ya lejos de allí, Eduardo seguía asomado en la ventana, la esperanza de un hijo no sabe de distancias. Una lágrima solitaria se escapa y cae liberada sobre la vía, dejando una cicatriz salada que pronto desaparecerá, escribiendo el acento de esta historia.

Nunca volverán a encontrarse.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Las mariposas vuelan al atardecer

Si gritas demasiado comprobarás que sigues siendo mudo, que nadie te escucha y que las mariposas vuelan al atardecer, cuando el sol está triste y llora diamantes de luna. Si corres lo suficiente comprobarás que el camino no tiene fin, que el camino no es camino, que son sombras de la existencia que nunca terminan, que nunca se paran y que persisten hasta un infinito que da dolor de cabeza.

Muchas veces me he sentado en la noche y he dormido en sueños de tormenta y pesadilla, lugares del universo que asustan y hacen temblar el vaso de la razón hasta que pende del hilo de la inconsciencia; el beso amargo de la comprensión trae el verdugo conocimiento que derrota cualquier seguridad sobre la vida.

He pasado horas preguntándome y las respuestas han llegado en forma de preguntas insacibles; preguntas que consumen el cigarro y su ceniza, que traen consigo la duda y la incapacidad. Preguntas asesinas que matan los atisbos de la paz; preguntas que crean monstruos y espantan.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La calle Saint Sugar

Yann Tiersen – La Redécouverte

A las 20:00 de la tarde, el mundo en la calle Saint Sugar parece volverse loco y ser parte de una sarcástica obra de Bennet o Wayred. Las hojas del árbol seco bailan al compás del viento, que las zarandea con lacrimosa suavidad. De las pastelerías surgen sabores que se deslizan por el paladar y hacen que tu conciencia sueñe sin quererlo, es la magia de las tartas de fresa de la señora Bo y la degustación de la exquisitez de la vida. Cuando nadie mira, hay un escaparate de lencería femenina que disfruta reflejando los últimos rayos de sol que mueren tras las montañas Rouss. En la taberna de la Señora Rosemary un piano es tocado por un pianista con las manos de terciopelo y las uñas pintadas de negro como el carbón. Nadie sabe que al mismo tiempo un gato se oculta bajo la mesa junto a la puerta y se queda observando las sombras que entran por la ventana y crean monstruos en la pared. Los hermanos Johnsson pasan el tiempo cortejando a las señoritas que caminan por la calle, ellos suelen ser amables y saludarlas levantando el bombín, ninguna se da cuenta de que después de ese inesperado encuentro han perdido las perlas de Botin y los relojes de Chandong. El barbero Jared Pols se divierte bailando con la escoba mientras recoge los restos que han quedado en el suelo después de cortar el pelo a la señora Consor. La señora Consor está enamorada de Jared en secreto, ella sólo es feliz cuando va a cortarse el pelo y Jared sonríe, como si llevase esperando la situación.

El mundo sigue igual, cualquier transeúnte que pase pasará con prisa y no valorará el detalle de la vida, ni la intención del tiempo que, aún limitado, compensa su carencia con la perfección.

Llego al final de la calle Saint Sugar, me giro y observo la acera de ladrillo y el cielo, color rojo atardecer. Sonrío y me despido con un breve pero intenso latido de mi corazón.

A las 20:08 de la tarde, el mundo en la calle Saint Capité parece volverse loco y ser parte de una sarcástica obra de Bennet o Wayred. Las hojas del árbol seco bailan...


jueves, 2 de septiembre de 2010

¿Quién es el ganador?

¿Qué nos separa de nuestro sueños? El posible despertar ¿Qué nos separa de la vida? El temor a morir.

Siempre me pregunto por qué seguimos caminando con miedo por este camino, en el que llevamos caminando toda la vida; camino que es la vida misma; camino que representa el horizonte y la realidad. Me pregunto por qué tenemos miedo a perdernos, miedo a que este camino no termine nunca, a que termine en algún lugar alejado de lo que pensamos como perfecto y se olvidó, donde nosotros érmos personas desilusionadas con el destino.

Tenemos miedo porque sabemos que existe la posibilidad de tropezar en cualquier momento, miedo porque sabemos que otros ya tropezaron y lloraron en soledad por una vida que no les recompensó. Tenemos miedo porque la televisión, la radio o las modas nos dicen que los que consiguieron finalizar con éxito el camino llegaron a ser grandes personas, y nos preguntamos ¿nosotros podremos ser grandes personas? ¿seremos esos privilegiados que consiguen la felicidad?

La respuesta: ¿Estás preparado para arriesgar tu mundo y ganarlo todo o, por el contrario, quedarte igual?


martes, 24 de agosto de 2010

Ese pequeño enigma que lo supone todo


Un niño de 8 años y 679 sueños camina con una piruleta en la mano, hace sol y el cielo sonríe con un azul que enamora. La primavera de árboles verdes y flores poetas ha llegado, a veces quisiera morirme en un tronco encantando y pensar que el mundo es una noche de verano. Volar por cada rincón de tu alma ya no es un reto, sino un sueño que logró despertar, muchas cosas hago para intentar dormirlo: cantar a la luna y acariciar las mejillas del diablo, pero nunca lo consigo, siempre está en vilo y ojeroso, ¿dónde se guardan los recuerdos que no recuerdo? ¿dónde duerme el niño que sigue soñando en mi interior?

Hay un río de ingenio que bordea el horizonte de árboles dorados y miradas de diversión, un lugar de insomnio y tranquilidad, donde el tiempo no envejece y la vida no tiene porque morir. Yo he ido hasta ese lugar, rincón perdido en algún cuento que nos robó el aburrimiento; he ido hasta allí y me he bañado en los estanques de agua imposible y pisado lo jardines de cesped con sabor a libertad. He bailado con las hadas de tus cuentos y dormido en la cama del sueño que no tiene porque despertar.

Si supieses lo que he vivido desde que perdí el camino bajo mis pies, y ando con el olvido por los miles de caminos que no esconden dirección. Si supieses que lo mejor que me ha pasado fue perderme y no encontrarme jamás, podrás llamarme loco y tacharme de insensato. Pobre chico incrédulo, dirás. Pero ahora puedo volar por el cielo de las posibilidades, puedo ver historias que ya no ocurren, historias de miel y tristeza, drama, comedia y acción. Me subí al tren en busca del sentido de la vida y lo encontré entre preguntas sin respuestas y necesidades mal disimuladas de amor.

Tan grande es la verdad que no puede ocultarse en las palabras, no puede pronunciarse, ni dibujar... la verdad, ese pequeño enigma que lo supone todo.


jueves, 19 de agosto de 2010

Alicia

Melodía para la entrada: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=HRgYQPViDZA


El aire escapó de tus labios dibujando una palabra en el parque que nunca llegué a escuchar. Tu mirada se congeló en el tiempo y nunca la olvidé. No vale la pena volver al pasado y rescatarte del olvido, en cuyas aguas duermes, bella cenicienta de amor y caricias, ya no eres mía y me duele. Y odio al mundo porque aún guardo tu recuerdo, y sé que existes, o exististe, que fuiste mía; hoy ya no eres de nadie.

Debería escaparme por las calles donde tu nombre no me persigue; calles donde tu cuerpo no me atrapa; lugares del mundo donde muere esa parte de mi que aún te sueña cada noche. Pero no puedo, y quizás tampoco el deseo acompañe. Quizás quiera morir en el mismo momento en el que empiece a olvidar el brillo de tu mirada, océano de secretos que nunca contaste. Supongo que ahora soy esclavo de la vida que nunca pudiste entregarme, de los besos que murieron víctimas de una ilusión de niebla que se esfumó en el aire y no regresó jamás.

Sería mejor emborracharme hasta perder el control de la mente y confundirte con las sombras, y pensar que fuiste un sueño lo suficientemente real como para causar monstruos en la conciencia.

Serenata a la Luna que nadie comprenderá. Tu rostro yace de por vida enterrado en una pesadilla que despertó cuando empecé a olvidarte, cuando tus ojos se apagaron en las montañas de la inquietud que tan sólo aparecen cuando me doy cuenta de que este mundo va demasiado deprisa

viernes, 13 de agosto de 2010

Universos infinitos



Somos una canica en un universo infinito. Pero hay tantos universos infinitos que me asusto cuando pienso en ellos, cierro los ojos y agradezco ser limitado, aún no quiero volverme loco.

Ya no hay tiempo suficiente para seguir creciendo. Que Peter venga y nos embruje de nuevo con esa facilidad de la infancia, donde todo era posible, y lo imposible sólo un pequeño sueño. ¿Os acordais cuando dormíamos sin conocimiento del mundo? Sin temores, sin tensiones. La infancia es la vida que ya ha muerto y que aún guardamos en peluches y cicatrices.

Todo a su tiempo, pequeño insaciable. Llora y grita que hoy a nadie le importa tu puzzle incompleto. A nadie le interesan tus fantasías inconclusas; a nadie alegras con tu sonreír, nadie quiere saber de ti.

Tragicomedia que se actualiza día a día, dime si cuando miras en un espejo no ves las ojeras de una humanidad dormida. Yo si las veo, bostezo y me desespero. Somos trasnochadores, días con resaca y noches sin dormir. ¿Cuándo duermo? Cuando es demasiado tarde y tengo muchas cosas que contarte, pero nunca lo hago, me duermo y al despertar ya te has ido. Pobre de mí, solitario abandonado en un diván de hielo, junto a un mar de fuego enfurecido... rezo por no caer, aveces lo consigo.

He buceado en caminos olvidados, buscando una salida a esta esclavitud. He escrito, he viajado y he muerto cada vez que alguien decía "Hasta aquí llegó la actuación", y en todo este tiempo no he encontrado respuestas, sigo tan insatisfecho como cuando era un niño y me dijeron que no podía volar, que los reyes no existían y que pronto empezaría a olvidar.
¡La vida sentenciada contra la espada y la pared! Así llevo los 30 años que he creído existir, pero sólo 16 parecen haberse sufrido lo suficiente como para dejar la marca del envejecimiento en mi piel.

¿A quién intento encantar con esta serenata? ¿A quién intento cautivar con este sentimiento dormido? ¿Cómo podremos hablar con esta llamada perdida? Que sí, que no. El mundo sigue siendo un manicomio y nosotros, los ingenuos que lo creen controlar.

martes, 10 de agosto de 2010

Cantando a la Luna



Me tiembla la mano cuando camino por una senda de piedra, al atardecer. Senda que oculta sombras de pinos y robles; que oculta el fresco aroma de la vida que concluye con una nota de desdén y tensión.

El sol de incendio cede entre las montañas, bajando poco a poco, como tus dedos por mi espalda aquella noche en la que comprendimos que la eternidad no duraría para siempre.

Mis pasos son letras desparramas sin sentido por un suelo que no volveré a pisar, nadie las entiende, ni siquiera yo: único capaz de descifrarlas.

Me pregunto si existiré mañana, cuando el alba despunte y el gallo cante; y se abran los ojos de las personas que ignoran lo que me pasa, lo que me ha pasado, lo que en silencio escribo con miedo a contarlo, por si el silencio delata mi voz quebrada.

Hay más mundos que éste mundo, a mi pesar. Más nombres sin rostro que pasan frente a los espejos rotos de la humanidad. No quiero saberlo todo, que el conocimiento corroe con fuego la seguridad de la ignorancia. No quiero verlo todo, que hay atrocidades que rompen el alma como un frágil cristal.

¿Qué quiero pues? Vagar en silencio por caminos de grillos y farolas de luna. Que nadie rompa la calma acompasada de mi corazón. Soledad cercana a la locura, pero aún lo suficiente cuerdo como para aceptar que no estoy solo si estoy conmigo. Que no hay oscuridad mientras me brillen los ojos. Que sigues conmigo aunque no estés (te guardo como recuerdo y cicatrices).

Cantando a la Luna mi pobre serenata mutilada. Ahogándome en un charco de aire que hace que llore el pulmón. Me acuerdo de tanto, tanto he vivido, que juraría poder olvidarlo todo si presto atención.

domingo, 8 de agosto de 2010

Mi tía Emilia ha muerto

La tía Emilia ha muerto: se le calló el mundo encima y no la volvimos a ver. Unos dicen que voló como pudo hasta esa isla que sólo se ve cuando cierras los ojos y es de noche, como si fuese un espejismo interior. Otros, que las hadas la arrastraron hasta el submundo, donde se convirtió en raíces y brotó como un limonero. La verdad, yo no sé que pensar. Soy más fiel a la teoría de que se ahorcó con un calcetín, colgándose de un roble de hojas color ámbar y tronco color carmín, y que cuando su cara tenía ese color azul propio de las personas que ya no existen, un ángel se apiadó de ella y la reencarnó en un pino de copa alta y mirada triste. Ahora, siempre que paso cerca de uno empiezo a hablar, por si ella me oye. Pero tampoco me paro, que la gente podría pensar que estoy lo suficientemente loco como para merecer una visita al Psiquiátrico Stedfor, donde los médicos que allí trabajan andan con un marcado rechinar de suelas y siempre van con una sonrisa sublime y brillante. Odio esas facetas asesinas.

Ahora escribo sobre un papel que no suda, aunque sea poroso. ¡Espero que no sea papel de pino! Creo que desde hoy dejaré de usar productos que hayan sido fabricados con madera u otra sustancia proveniente de los pinos; o quizás debería comprarlos todos y encagarme de mi tía Emilia recibe los mejores cuidados que un pino puede soñar: agua abonada y tierra fertilizada, el Benidorm del pino.

Ella siempre fue muy reservada y nunca le gustó que rompiesen su intimidad... ¿Qué intimidad tendrá si la usan en preescolar como lápiz de colores? Todos sabemos que los niños pequeños no pintan, macabran el dibujo con rallajos que se salen siempre de las líneas, y mira que lo tienen fácil.

Tia Emilia, ¡oh! espero que, estés donde estés, sigas viva... o respirando... o produciendo oxígeno. No dudes en comunicarte conmigo si te hacen poste de telefonía y tienes esa posibilidad.


sábado, 7 de agosto de 2010

Ultimatum del equilibrista suicida


Me preguntas qué es la realidad. Y yo no respondo, no lo sé, yo sólo me dedico a vivir improvisando. Soy de esas personas que andan por el borde de un acantilado, con miedo a caer, pero con ganas de seguir adelante.

Y no me comprenderás porque tú eres feliz con lo que tienes; lo agradeces y lo disfrutas. Yo, sin embargo, me descontento porque no tengo suficiente; soy un niño caprichoso que le pide a la vida más de lo que me podrá dar. Lo sé, lo acepto y sufro. Supongo que algún día, los grandes sacrificios desenbocarán en grandes victorias. Es como el plazo fijo en un banco: renuncias a un gasto presente, para poder afrontar gastos mayores en un futuro.

Cuesta tanto de entender. Tú prefieres no complicarte la vida, ser feliz y vivir cada momento como si fuese el último, la verdad, tengo celos de ese estilo de vida, creo que yo estoy predestinado a sufrir cada segundo porque necesito dar de mi lo mejor; he convertido la vida en una maratón. Estoy cansado... pero aguanto. Soy como esa persona melancólica que renuncia a desprenderse de sus recuerdos y, a medida que el tiempo pasa, ese objetivo se convierte en una maldición y atrapa. Ya no puedo huir, sólo correr y retrasar lo inevitable.

Algún día supongo que seré libre de toda atadura. Ataduras... a veces las siento apretándome el pecho, me cuesta respirar y cierro los ojos. El mejor remedio es hacer como si no pasa nada, y todo forma parte de la naturaleza del ser humano, sin saber que son ataduras que nos imponemos nosotros mismos. ¿Somos masoquistas? supongo que alguna vez lo hemos sido; y hemos querido que el mundo se apiadase de nosotros, que nos odie o que funcione en nuestra contra. Muchas veces, he querido tropezar con esa piedra con la que ya había tropezado, simplemente para demostrar... ¿qué? la verdad, no lo sé, quizás nunca lo sepa. Quizás todo en ésta vida se reduce a jugar el rol que nos imponemos y dejar esas preguntas para las demás personas, esas que juegan un rol distinto al nuestro.

Lo peor es que hay desigüaldades por todas partes... nadie juega con las mismas ventajas. Desigüaldades por aquí y por allí. Siempre han existido, haciendo que la balanza se pusiese del lado de los inteligentes, o de los villanos. De esas personas que juegan al rol de controlar roles. Sabemos de ellas pero no nos revelamos. Quizás, esos villanos son simples tapaderas para mantenernos ocupados. Puede que el villano más grande sea la sociedad que todos formamos... que ya no nos importa tanto lo que pase a nuestro alrededor, que nos desentendemos del "mal común", y sólo fijamos un objetivo propio y egoísta.

Yo no lo sé. Estoy tan pendiente de no caer por el acantilado que algunas veces me olvido de que millones de conciencias también piensan, razonan y calculan.

A veces me gustaría que alguien me gritase al oído y me sacase del shock de lo monótono y diario, que yo también quiero correr sin miedo a que me miren mal por creerme demasiado libre para ello. O a decir lo que pienso sin tener que hacer daño a la gente, acostumbrada a escuchar mentiras y medias verdades (o verdades maquilladas).


Sin prisa pero sin pausa.
Me siento como un equilibrista suicida.



lunes, 2 de agosto de 2010

Hasta que salga el sol


Eres un amor imposible, de esos que te hacen llorar y tener pesadillas cuando cierras los ojos entre fuertes palpitares del corazón. Pero hoy te dejo ir, sin olvidarte. Hasta que salga el sol de primavera yo te guardaré en una vieja fotografía. Y escribiré tu nombre en el cristal. Prometo hacer como si te olvidé ayer. Y juro que no volveré a llamarte en la oscuridad. Si me preguntan diré que no sé de ti, aunque mis ojos brillen al querer llorar. Seré fuerte para ser feliz. Que no hay victoria sin pequeñas derrotas, sin sangrar.

Si tan sólo me dieses un día, podría decirte lo importante que eres para mi. Pero no, seguramente sufriremos los dos: yo por saber que nunca te tendré; tú por hacérmelo saber.
Seguirás haciendo el sueño del amor realidad, pese a que lo desperté ayer, cuando se quedó dormitando entre mis brazos, pensando en ti.

No importa que suene cursi, si así lo es. Que piensen lo que quieran; éste mundo gira tan rápido que mañana todo lo olvidaré. ¿Qué te parece si nos abrazamos? y nos decimos cosas sin hablar. Hasta que salga el sol de otoño te recordaré, hasta que la última hoja de ti se barra en aquel parque donde solíamos estar.
No importa que tú no te ilusiones al leer esto. No importa que no te pares a escuchar mi voz. Yo no te diré nada, que hoy empieza la herida a sanar.

Me emborracho cada noche para no tener que dormir contigo. Para que tu rostro se difumine poco a poco, cada minuto un paso más, hacia la libertad. Hasta que salga el sol de verano me desintoxicaré de tus besos y de tu olor. ¡Oh, dulce olor! Aún lo suelo oler por cada rincón.

Caminamos mudos por la calle y nos cruzamos sin querer. Nos miramos y sonreímos, tú no sabes nada, yo lo intento ignorar, pero sigue ahí esa canción. Ese baile sobre el mar, bajo el cielo, donde están los sueños que no despiertan nunca.

Quédate conmigo hasta que el sol de invierno congele este corazón y pueda dormir en paz. Que no sabes que lo más difícil en esta vida fue reconocer que te amé durante las cuatro estaciones.

Hasta que anochezca el año, tú aún latirás en mi corazón.


Dedicado a ella y sólamente a ella, esté donde esté.

domingo, 1 de agosto de 2010

Biografía de mi abuela octogenaria



La abuela María no dormía mucho, por eso siempre se acordaba de los sueños. Aunque desde que nació nunca tuvo más sueños que conseguir aquella casa de muñecas de porcelana que nunca consiguió. El dormir se le acabó cuando inventaron la lavadora, y el sonido de la centrifugadora le comía las legañas, como las mariposas se comen el chocolate Nestle, cuando lo dejo en la ventana y me descuido.
Mujer centenaria, de ochenta y tantos años. Cuya mirada dice más que cualquier revista de época. Cuyas arrugas dicen demasiadas batallas vividas. Le encanta jurar por Dios. Hacerse la víctima de un pecado que nunca cometió, pero que sufre. Quizá, el tema "justos por pecadores" siempre le fue como anillo al dedo. Se casó con veinti pocos años, cuando era mujerzuela de esas que alegran la vista. Pero de esa mujer ya queda poco. Quizá alguna mirada robada al tiempo, cuando nadie la ve, ni a nadie le importa.
La gente dirá que siempre está enfadada. Que siempre está sospechando con ese entrecerrar de ojos, como los japoneses. Pero, no es así. Lo que ocurre es que siempre habla gritando y: todo lo exagera un poco. Miedo tendré yo cuando susurre y maldiga. Que las abuelas tienen fe, y lo que dicen suele cumplirse. ¿El entrecerrar de ojos?: un simple fallo en fábrica. Un brote de cataratas que no se muestra en su totalidad, ¿quién sabe?
De pelo rizado, ocasionado por esa permanente temporal, que cada poco se hace en la peluquería donde ha ido toda la vida. Creo que incluso, desde antes de que existiese. ¿Su primera cita para el tinte? Cinco años antes de que le apareciese la primera cana. Pobrecitas las canas, si te contase yo las barbaries que pasan hoy en día, donde ya no se respetan; se tiñen.
¿He hablado de sus ojos? Ojos de color verde. Verde como el de las hojas de los árboles perennes en primavera. Bueno, en realidad no me acuerdo ahora mismo de su color, pero me parece (y estoy seguro) de que tiene una mirada preciosa.

Lo que sí recuerdo como si un elefante fuese, son las expresiones de sus ojos, es decir, de esas palabras visuales. Podría hacer una álbum con estas, siempre hablándote de cosas que han pasado. Cosas que ya no existen y, deberían existir. Me pregunto que, cuando ya no esté, sólo quedará mi recuerdo para evocarla, frente al olvido que intentará llevársela hacia la oscuridad.
Se ríe como una gata. Y otras veces, como un diablo. Porque también le gusta gastar bromas y casi siempre, sólo le hacen gracia a ella. Quizá no sea su intención, pero las desgracias ajenas la divierten (siempre y cuando estas no sean muy dolorosas).
Más de una vez hemos dicho que serviría para cómica. Es algo que le viene de nacimiento, desde que se jubiló y mira la vida desde la perspectiva del que va muriendo, y no desde esa otra del que va creciendo. Lo peor de todo es que ella no quiere ser graciosa. No le gusta que se rían de lo que dice. Pero, está tan cuca cuando se enfada. Cuando se pone sería y te mira con cara de psicópata. Cuando se lleva la mano al pie y, quitándose la zapatilla, te amenaza con ella como si fuese un arma mortal, capaz de asesinar con sólo rozar la piel. He de decir que ha perdido puntería, eso ya no me preocupa. Pero hubo un tiempo en que aprendí a respetar la zapatilla de ese material poroso que sólo se vende en mercadillos y en tiendas Low Cost (la de los chinos).
Su caminar es inseguro. Siempre recordará que un clavo le atraviesa el tobillo desde que se calló de una escalera, mientras intentaba ganarse el jornal, para llevar un plato caliente a sus hijos. Le han operado tres veces desde aquella fatídica caída. Aunque le duele, ella se enorgullece de ello. Es una superviviente en tiempos de guerra. Mi heroína particular.
Me encanta cuando a ella le encanta decir que ha trabajado mucho. Le gusta hacer saber a la gente que, pese al tiempo y a la edad, sigue tan activa como siempre. Puede decir que está harta de poner lavadoras. Puede decir que está cansada de tender la ropa. Pero yo sé que, si nada de eso hiciese, estaría un poco más muerta. Quizá ella también lo entiende. Pero en esta vida, el que se enamora de su trabajo es masoquista; y es bueno decir en voz alta que no te gusta lo que haces. Así, al menos, una parte de ti nunca sucumbe ante la tentación del trabajo. Vaya, jamás pensé que el trabajo crease tentaciones, WTF.
Una imagen reciente, de esta mañana: Yo en la cama durmiendo, intentando digerir el alcohol de anoche. Ella, enciende la luz, entra en mi cuarto, y hace una selección perfecta de aquella ropa que tiene que meter en la lavadora. La verdad, está perfectamente cualificada para ello.
No sólo sabe realizar las tareas de la casa. Creo que esto de escribir lo heredé de ella, aunque ella no sabe escribir. Pero sabe contar historias. Sabe hacerte prestar atención y que se te abra la boca de embobamiento. Sabe dejarte con la intriga y jugar con tus sentimientos. Hacerte reír. Mentirte. Doblegarte y hacerse de rogar.
Sabe que las personas de la 3ª edad suelen provocar compasión y pena. Respeto y admiración en ojos de otros. Y se vale de eso para mover los hilos en beneficio propio. Es lista, sin duda.
Me acuerdo y sonrío. Ahora me doy cuenta de todo lo que ha pasado. De lo poco que le queda por pasar. Tranquila María, tengamos fe en que moriremos pronto, quizá dentro de unos cien años.


jueves, 29 de julio de 2010

Infinita ingenuidad, ilusión centesimal.



Te echo de menos cuando habla el silencio y no es tu voz la que escucho. Cuando las sombras de tu cuerpo sólo puedo verlas en sueños, y luego despierto sudoroso y dolido. Tú, que fuiste un susurro de amor una noche de verano, ahora te vas y volvemos a ser desconocidos. Pero, yo no te olvido. O, al menos, no te olvida este corazón tan inocente como para seguir enamorado. ¡Qué se calle! Que reviente en el intento y muramos. Dolor, oh dolor que envejece el alma; sufrir por un cuerpo y un nombre nunca fue mi destino, pero aquí estoy, andando por estos caminos de piedras que hacen sangrar mis pies descalzos. Yo, mártir del recuerdo, pago con creces la condena de un beso maldito que dejó un sabor aún intacto en el pecho, ahora lugar de oleajes desconocidos.

Cuando miro el firmamento y las estrellas brillan en mis ojos, deseo que tú también estés contemplando el mismo cielo que yo. Y te envió un beso callado, que sé que nunca llegará a ti, pero abastece las lágrimas que se asoman al acantilado de mis ojos, te podrías asomar.

Eso es lo único que nos une ahora mismo: un cielo infinito.
¿Por qué es tan difícil ser una estatua de fuego en un mar enfurecido?

Hay sueños en los que he corrido por caminos oscuros, intentando encontrarte. Otros, me desvelo por alejarme de ti. Yo, víctima de incertidumbre y valentía, esto es lo que ha quedado de mi.

Infinita ingenuidad, ilusión centesimal, mi torpeza fue total, de tan grande es demencial, no detecto una señal, nunca encontraré el lugar donde al fin me entienda.

Me perdí en mi universo, ¿y tú?

No volveré a hacerlo más, no he encontrado respuestas. ¿Y si no regreso jamás y este ruido no cesa? Mundos que van a estallar si mi vida es la apuesta. Y yo ya no puedo hacer más si este más siempre resta ...

jueves, 10 de junio de 2010

Cartas para mi abuela




4 de diciembre de 1958


Abuela:

¿Recuerdas aquel olor a galletas recién hechas? Supongo que sí. Tan sólo tenemos que cerrar los ojos y rescatar de la profunda sima del olvido, aquel recuerdo. ¿Verdad que es precioso?

Hoy he vuelto a soñar contigo. Andábamos por la playa de Agüaso, yo de vez en cuando me paraba y liberaba de la arena una de esas conchas con las que tú solías hacerme un collar. ¿Verdad que pasamos buenos días allí? Sí... éramos prisioneros de una felicidad que aún cuesta describir. Supongo que estoy seguro de esta porque, cuando pienso en aquellos momentos, siempre suelo sonreír.

Dice mamá que pronto volveremos a visitar la casa de la playa. Pero yo no quiero obligarla. Sé que siempre que volvemos allí suele derramar alguna lágrima, cuando Alicia y yo estamos dando un paseo por la costa, y siente el susurro de un pasado que la atormenta más que a mi.

Alicia ahora tiene 4 años, aún es pequeña, pero empieza a dibujarse una sombra en su mirada cuando vamos al encuentro de Agüaso: nota que algo triste impregna las paredes. Yo no quiero que crezca bajo el cielo que te vio partir, ese, aún, permanece nublado; por ello, siempre que volvemos allí, la acompaño a buscar conchas a la rivera D'Obrein, y jugamos a ver quién coge las más bonitas. Yo lo hago con interés disimulado, a mi todas me parecen iguales. Coger conchas sin ti ya no es algo divertido, pero tengo que fingir que así lo es. Ahora me pregunto, abuela, ¿tú fingiste por mi? Supongo que no, o sí. No lo sé. Hay tantas preguntas que nunca podré responder...

Bueno abuela, me tengo que ir. Mamá no sabe que te escribo cartas. Si lo supiese no sé si se enfadaría o comenzaría a llorar. No quiero apostar por ninguna de esas opciones, ambas me aterrorizan. Mañana es mi octavo cumpleaños. Desde que te fuiste, siempre le pido a la velita que vuelvas pronto. De todas formas, yo seguiré escribiéndote cartas. Mamá dice que estás en el Cielo, pero como no sé que cartero las puede llevar tan lejos, espero que tú sientas, en la lejanía, que te sigo queriendo. A fin de cuentas, siempre hemos tenido buena... ¿cómo era? ¡Ah! sí, buena telepatía. ¿Recuerdas aquel día que dijimos tres palabras consecutivas sin darnos cuenta? Jopé abuela, que buenos momentos.




Te quiero.


P.D.: He oído en la tele que han sacado unos aparatos que pueden surcar el cielo. ¿Crees que entonces te podré enviar las cartas? Aún no lo sé.


domingo, 6 de junio de 2010

Todos los caminos conducen a la muerte

PRÓLOGO:

El funeral se desarrolló en silencio. Nadie dijo más que lo que alguna despistada lágrima, que cayó mientras el sacerdote realizaba las oraciones, frente al ataúd, pudo decir.
Yo conocía esa sensación que se siente cuando te despides de un ser querido. Ese recorrido escalofriante que te dice que un Fall System se ha producido en tu vida, y que el cerebro no quiere, o puede remediarlo. La madre de Edward se encontraba a mi lado. Su rostro, tapado por un velo negro de rejilla que no conseguía alejar su monótono sollozo; una falsa y maquillada tristeza; digna del estilo de una novela de Robert Zechoc.

Edward Voice había muerto de un paro cerebral, a la edad de 34 años. Siempre había sido una persona sana, pero cuando los médicos diagnosticaron que el consumo excesivo de MDMA (comúnmente conocido como éxtasis) había ocasionado su muerte, nadie se dignó lo suficiente a apelar la autopsia. Yo no los creía, suponía que muchos billetes sin marcar corrieron la noche en que el cadáver de mi amigo entró en la "Nevera", pero pensé que pelear contra la palabra de la ciencia sólo ocasionaría que mi nombre fuese escrito en algún historial policial o en algún papel de oficina de algún departamento de New York. Yo siempre deseé pasar inadvertido.

Cuando el sacerdote terminó de bendecir el ataúd, y al alma que este contenía, los allí presentes, uno a uno, fueron acercándose para prestar sus ofrendas y desearle al difunto una mejor vida.
Yo no pude aguantar más. Todo aquel teatro de ofrendas y lágrimas que sonreían cuando nadie miraba me producía una angustia insoportable. Caminé sin llamar la atención fuera del tumulto y escapé en dirección a ninguna parte. Perdí mi sombra entre las tumbas de personas sin nombre, sin más rostro que el que unas amarillentas fotografías, colocadas en la lápidas, podía prestarles. La Otra Vida es el olvido, pensaba mientras mis pasos se dormían por un camino de piedra... La Otra Vida: la muerte silenciosa que arrastra cualquier grito hasta convertirlo en un murmullo del viento, imperceptible. Seguía pensando en la Otra Vida cuando una lluvia fría empezó a caer sobre mi. Me rebusqué en mi abrigo y fui dirección a mi coche. Ya nada ni nadie podría rescatar del olvido a Edward Voice, excepto yo y los recuerdos que a él le dedicase.

Inmerso en mis pensamientos, no percibí la sombra que espiaba mía pasos con cautela, a unos metros de los mios, sin estar lo suficientemente cerca como para llegar a advertirlos. Tampoco advertí la triste sonrisa que marcó su cara cuando entré en mi coche, y arranqué en dirección a la vida diaria.


LA OTRA ORILLA:

En algún lugar lejos de aquel funeral, Edward Voice abrió los ojos. Lo único que podía ver: oscuridad.



CONTINUARÁ.