Quién supo realmente qué pasó si ni tú ni yo lo supimos y cerrábamos los ojos en cada beso sin saber muy bien si el mundo desaparecía cuando lo hacíamos. Sólo el cosquilleo de unos labios y la garganta seca, sólo eso y el mareo de perder la noción del tiempo a tu lado; eso es lo que queda si recuerdo. Que hermosos momentos y, no obstante, muy hondo, al final de esta historia, me queda el sabor agridulce de saber que todo se terminó, que no duró eternamente, que tú y yo somos como todo en este mundo. Somos efímeros y agotados momentos. Sólo eso.
Intento escribir nuestra historia sin olvidar los pequeños detalles de lo que llamábamos "nuestro" y acabó siendo de nadie. Intento desesperadamente rescatar cada pieza de lo que fue aquello, aquello que llamamos amor y sólo fue un lapsus de tiempo que pasamos juntos. No sé si podemos llamarle amor a eso.
Y muy hondo, al final de esta historia, donde está el punto y final y el beso que lo concluye todo, donde está la última palabra y la última esquina. Allí, en lo hondo del recuerdo, tengo la extraña sensación de que no te has ido. Es como si hubiese quedado un fragmento minúsculo de ti en todo ésto, después de tanto tiempo, después de todo el riesgo que corrimos al querernos. La verdad es que no sé si nos quisimos o si todo fue, lo que suelen decir, un cuento.
Y no me importa, sinceramente. No me importa que siga sangrando tu nombre en alguna parte de mi conciencia y ese "tic, tac, tic, tac..." infinito me lleve a plantearme la naturaleza del amor que se acaba y no se olvida. Esta, nuestra historia, tan real y cruda, tan nuestra, me lleva a replantearme los esquemas del amor que duele y cura, es decir, que clava las uñas y luego lame la herida. No sé, creo que así es esto, que así es lo nuestro. Así, tan inexplicable, tan misterioso. Tan fugaz como el cometa Halley sobrevolando nuestros ojos por segundos aquel 17 de septiembre de un año que nunca existió y que nunca se olvida.
Y no me importa, sinceramente. No me importa que siga sangrando tu nombre en alguna parte de mi conciencia y ese "tic, tac, tic, tac..." infinito me lleve a plantearme la naturaleza del amor que se acaba y no se olvida. Esta, nuestra historia, tan real y cruda, tan nuestra, me lleva a replantearme los esquemas del amor que duele y cura, es decir, que clava las uñas y luego lame la herida. No sé, creo que así es esto, que así es lo nuestro. Así, tan inexplicable, tan misterioso. Tan fugaz como el cometa Halley sobrevolando nuestros ojos por segundos aquel 17 de septiembre de un año que nunca existió y que nunca se olvida.