martes, 26 de febrero de 2013

Cine de terror


Hola, cariño, ¿todo bien?

Yo no, yo mal, sin más. Las cosas se están poniendo difíciles, cuesta arriba, y a estas alturas es más fácil dejarse caer que seguir luchando contra la gravedad, que lleva meses proponiéndome que tire la toalla, que deje de luchar, que ya es inútil, que todo lo que haga sólo sirve para alimentar la nada que terminaré siendo, más antes que después. Y, esta vez, el antes será para siempre, como un inmenso abismo que engullirá insaciable todo lo que he sido hasta ahora. 

Y, bueno, aquí estoy, sin saber muy bien si hago bien volviendo, y es que siendo martes las barras de los bares se me quedan grandes y no puedo escapar sino con las palabras, que por ahora nadie ha podido quitármelas, ni la soledad, ni las ganas de lavarme las manos con todo lo mío, que ya no me gusta, y que cambiaría si no fuese porque perdí el ticket de compra. Dramas de la vida, supongo.

No sé cuánto tiempo se va a alargar la espera, sólo sé que algún día, improvisando, será inevitable, explotaré por todo aquello que me ha estado cansando últimamente, por todas aquellas desesperanzas que se han ido acumulando en la esquina de mi cuarto, como un montón de ropa sucia que voy desechando las noches de insomnio; esas noches en las que a uno se le rompen las ganas demasiado, mientras piensa que quizá se le estén escapando de las manos las riendas de cualquier cosa, de todo, y que terminará sin nada, manos desnudas, esperando que ojalá las cosas no duelan tanto a la mañana siguiente.

Y todo me grita, hasta el silencio, y sólo me relaja cerrar los ojos muy fuerte por las noches y hundirme en la cama, y taparme con las sábanas para espantar a los monstruos, aunque ya no sirva de nada, porque estos monstruos de hoy en día han aprendido a desbaratar mis planes de huida; a entrar por la salida de emergencia y crear el caos, allí donde antes había calma. No sé si me explico, que ya lo único que me queda es vivir con los ojos medio abiertos, como los chinos, para que no me asuste tanto esta película de terror a la que he llamado "Mundo".





lunes, 25 de febrero de 2013

Adiós pequeña, adiós


Y allí estaba yo, con la mano levantada, despidiéndome, mientras esbozaba aquella sonrisa de "por qué te vas, estoy triste", e intentaba que las lágrimas no se me escapasen antes de tiempo, pensando soltarlas al darme la vuelta, cuando ya fuese demasiado tarde y viese el mundo desde la perspectiva de aquel que empieza a echar de menos.

Y el primer paso me suena a eco, a que no termina de empezar nunca, y recuerdo que tú te estás yendo hacia la dirección a la que se opone mi camino, y es casi imposible no tener ganas de salir corriendo detrás del tren que nos pierde, en el que estarás sentada, pensando qué sé yo sobre las despedidas. Y es que ya sabes que a mí decirte adiós nunca me sacia, que siempre me quedo con las ganas colgando del hilo de que nunca tengo suficiente de ti, de que me faltas tanto... aunque no lo intente. 

Y el segundo paso me araña el alma, si es que tengo, y el dolor me va subiendo por todas aquellas cosas que nunca te dije, cosas que ahora empiezan a sangrar, recordándome que quizá ya no hayan más oportunidades para nosotros, que todas las perdimos, pensando quizá que nunca se terminarían, y es que es muy bonito creer en los jamás cuando estás enamorado.

Y el tercer paso... creo que yo ya no soy en el tercer paso, que dejo de existir, y me desintegro en plena ciudad de Valencia, y paso a ser un constante ir y venir de todo lo que fuimos, como un álbum lleno con las fotos de todo lo que hicimos, y al final, un apartado con todo aquello que se nos quedó pendiente. Páginas en blanco, mirando al vacío, y me entra un vértigo raro, una angustia que me lleva a mirar atrás por instinto y... vaya, atrás parece un abismo, un montón de distancia insalvable, intoxicada de silencios de segunda mano, y lamento que mis piernas no aprendiese a correr sobre los errores que, a fin de cuentas, es todo lo que hay entre nosotros. Errores, tan hijos de puta y familiares, que terminaron pagando el alquiler de todos aquellos días donde solíamos ser felices. Y, mirando aún atrás, esbozo una de esas medias sonrisas que lo dicen todo. Y coloco aquel recuerdo en la última página del álbum, y cierro con candado toda nuestra historia. Ya sabes que tengo la mala costumbre de creer en los finales felices. Qué imbécil. 



jueves, 21 de febrero de 2013

Qué tiempos aquellos


Voy a desaparecer, hacia adentro, allí donde un día habían trastos que te pertenecían, sentimientos que han caducado y que sigo conservando por nostalgia, esa droga que me lleva a seguir pensando en ti, aunque duela, aunque ya no valga para nada. La nostalgia, que hace que te guarde como fotografía en un álbum de fotos al que he llamado "Joder, qué tiempos aquellos". Y, la verdad, qué tiempos aquellos. Era verano, y supongo que eso hace que sea más difícil olvidarte. En verano se ven más estrellas, y ya sabes que cualquier noche es más inolvidable si hay estrellas. Y luego estabas tú, y tú sonrisa, y esa forma improvisada que tenías de hacerme volar sin despegar del suelo. 

Y supongo que lo daría todo por volver a aquellos días en las que me pasaba horas arreglándome la sonrisa para, nada más verte, dedicártela. Pero tengo que pasar página, me lo dice el hecho de que hace tiempo que ya no estás, de que ya, seguramente, estés formando parte del álbum de fotografías de cualquier otro. ¿Pero cómo pasar página cuando tu corazón no se ha cansado aún de leer las mismas líneas? Es una buena pregunta. Y quizá por eso el corazón nunca se ha llevado bien con el sentido común, porque el corazón tiene algo que al sentido común le falta casi siempre: cojones. Cojones de no tirar la toalla ni por causas perdidas que, al fin de cuentas, es lo que somos. Causas que se perdieron entre cubatas de orgullo y exceso de ganas; entre chutes de esperanza por encontrar algo que le diese algún sentido a la vida; entre carencias crónicas de autoestima. Aquellos días recuerdo que nos llovió mucho por dentro, y que los pilares de cualquier futuro juntos terminó pudriéndose irremediablemente.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Escombros


No me mires así, ya sabes que nunca se me dio bien enamorarme con el pie bueno, que siempre camino torcido, como la vida, y termino tirado en el suelo, con ganas de algo; de todo. ¿Qué? Nunca aprendí a vivir de otra forma, esta es la única filosofía de vida que tengo, una muy cutre, como de segunda mano, pero te juro que intenté hacerlo lo mejor que puede, sólo que no pude, que se me van casi siempre las fuerzas por el camino equivocado, ese que no lleva a ninguna parte.

Y te miro, veo como se te apaga el brillo en la mirada, y es como un adiós desde la distancia, un portazo en silencio, de esos que suenan fuerte cuando menos te lo esperas, y te despiertan del sueño de la esperanza. No te vayas, venga, quédate conmigo un par de errores más, puedo intentarlo de nuevo, quizá si practico, con el tiempo, pueda caer con estilo, y quizá tú puedas enamorarme de los escombros en los que me convertiré algún día.

Pero te vas, y termino hablando con la madrugada, medio borracho de soledad, de distancia, ahogándome en esa extraña sensación de que no va a volver a amanecer más en mi cuarto; de que voy a vivir siempre inundado de viejas esperanzas que me vienen grandes. Y te vas, y dejo el pestillo de la puerta sin echar, por si vuelves en algún descuido, y por si te entran ganas de jugar con todos esos sentimientos que te pertenecían, y que ahora guardo envueltos en papel de burbujas para que no se rompan.  

sábado, 16 de febrero de 2013

Teoría de la relatividad


Quería romperse, empezarse de nuevo, intentarse mejor, pues su vida no le había salido bien. Quería suicidarse de todos aquellas cicatrices que le marcaban, de todos aquellos miedos que le impedían dormir, de todos aquellos quizás que nunca sucedieron. Quería darse una segunda oportunidad, pero no podía, o no sabía; y siempre se le terminaban acumulando las ganas, en una esquina, llenándose de polvo. Y lo único que podía hacer era mirar por alguna ventana, el mundo girar, cambiar, mientras su vida se ahogaba en la monotonía de lo gris, de lo solitario, de todos aquellos errores que entraban sin llamar a la puerta. Se volvía, poco a poco, en nada. Se consumía, como un cigarro, en los labios del tiempo, que es un fumador compulsivo.  

miércoles, 6 de febrero de 2013

A oscuras


Y se fue la luz, y vive a oscuras, y a veces quiere dejar de luchar, pero no puede, y es que la esperanza le lleva a continuar, aunque no le queden fuerzas. O quizás quien le lleve a continuar sea el miedo a quedarse quieto, a morir, a caer, a ver nublado el cielo de sus ojos. 

Y quisiera abrazarle. Abrazarle y fundirnos, buscarnos, lejos, de todo esto. Y es que me quema que le pese el mundo, que le lluevan problemas por dentro, y que no llore porque se haya secado, o que llore en algún baño, cuando nadie mira, que es una forma horrible de ahogarse.

Hay heridas que nunca cicatrizan. Heridas que siempre sangran, que nunca olvidan, que siempre nos recuerdan lo humanos que somos. Papel mojado con sentimientos. Partículas de polvo sacudidas por las circunstancias, esas putas que nos miran por encima del hombro.

Cierro los ojos, es la mejor forma de desaparecer, hacia adentro, allí donde me gusta perderme, allí donde nadie sabe buscar. Desaparezco e intento sobrevivir, como puedo, sin saber muy bien qué es la vida. Cierro los ojos, y fantaseo con la idea de que el tiempo lo cure todo. Ojalá, sí. Ojalá pase el tiempo y nos lleve lejos de todo esto. Ojalá... 


martes, 5 de febrero de 2013

Volver


Miradla, tan lúcida, tan fantástica. Sonríe, y es como si se detuviese el tiempo. Sonríe, y parece que el mundo gire más lento. Y tengo ganas de comérmela, de practicar el más puro canibalismo con su cuerpo, a besos, con lengua. Y tengo ganas de congelar todos esos momentos que pasamos juntos; esos momentos tan distraídos,  tan improvisados. Momentos impregnados de esa magia natural de las cosas que no se repiten; de esos momentos únicos que no vuelven. 

Y, miradla, ¿no es preciosa? Quisiera tener todo el tiempo del mundo para perderlo junto a ella, y luego jugar a encontrarlo, y besarnos de vez en cuando, en cada esquina, y que hayan esquinas a cada paso. Y desnudarla por las noches, y contar todos los lunares del mundo en su espalda, y dormirme mientras nos miramos sin decirnos nada, y hablando de todo, en silencio, que a veces es el mejor idioma.

Quisiera, pues hablamos de proyectos de futuro, de ojalás de humo, de deseos que masturbo por las noches, cuando, en silencio, me escucho mejor a mí mismo. Por las noches, cuando cierro los ojos y viajo a algún lugar en el que somos, donde te cojo la mano y te quito los miedos de encima; donde me dedico a sacudir los kilómetros que nos separan, esos monstruos que hacen que te eche de menos.