domingo, 3 de octubre de 2010

El Boulevard de la calle roja

Y en algún momento se vuelca mi corazón, y en algún momento me doy cuenta de que el tiempo me apunta con su pistola, que estoy indefenso y humillado, y fingo estar liberado de esa opresión social con la que siempre estoy en contacto...

Ahora salto al vacío, espera, no quiero morir aún. Necesito respirar humo y tener algunas cicatrices, que mi piel se hunda en la rabia de alguien; que caiga al suelo sin quererlo y me tiemble el labio mientras humea caliente sangre que saboreo, medio victorioso. Sigo vivo, el corazón aún me late, me baila, su sonido impactante destroza mis venas, o al menos esa es la sensación que recorre mi aparato nervioso.

Y en algún momento de la torpe situación, yo en el suelo demasiado quieto, mis ojos abiertos y mi pecho asfixiado, tu imagen cruza mi memoria, te recuerdo y el tiempo se para durante pestañeos, ya estoy acostumbrado a que vengas en los momentos más humillantes de mi carrera profesional, quisiera poderte olvidar, poner mi corazón fuera de cobertura y escalar la montaña de la locura, convertirte en hielo y derretirte en un mar furioso, alejar tu eco y esconderlo en la profunda cueva que he creado para ti, prisión onírica que encuentro a altas horas de la noche. ¿Pesadilla express dígame?

Ahora me doy cuenta, la pistola del tiempo sigue apuntando mi cabeza, con sarcasmo lo he llegado a comprender, me gusta el peligro y la tension no resulta, que mis huesos se tensen y mi frente se arruge, que mis pupilas se dilaten y se sequen mis labios, que mis manos suden fuego y lata en mi cuello esa extraña vena que amenaza con explotar.

¡Pum! ¡Pam! o ¡Bum! Sólo llego a escuchar un chillido seco, la bala impacta en mi cabeza, no siento nada. Ahora quisiera despertar, por favor.

Estoy demasiado seguro: tú apretaste el gatillo, fuiste tú la culpable de que ahora mis sesos escriban tu nombre en una pared medio muerta del Boulevard.

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