lunes, 28 de febrero de 2011

Las tardes incandescentes del verano de 1903,33



Entre algunos momentos quietos, perdidos, quizás dormidos de la magia del mundo; entre la soledad del silencio y el Sol que quemaba, la brisa del viento que jugaba con las ramas y nosotros, caminando calle abajo con la inercia de esos viajes en los que sobraban las palabras y lo mejor que podíamos hacer era callar y desmontarnos; disfrutar en silencio de aquellas impactantes imágenes de un decadente verano de tú y yo, historia de un amor no reglamentado.


A veces correr y perder el tiempo, dejarlo marchar, a veces


Supongo que no merece la pena contarle al mundo nuestra historia de amor no reglamentado; no merece la pena porque me quedaré corto de esos instantes magnéticos y perfectos (la perfección sólo existe contigo). El mundo no se merece conocer aquellos paseos por esas calles desiertas, aquellas conversaciones de risas y luz en la mirada... ahora lo recuerdo bien, aquellas tardes de infierno, de un amor que quemaba y ahogaba de lo profundo que era. Aquel amor de silencio incómodo que no podía explicar las cosas con palabras, quizás por eso andábamos casi siempre, porque nuestro amor se escribía andando hacia ninguna parte, quizás hacia el interior de uno mismo, donde al menos podía asegurar que existía...


Al parecer, la perfección sólo existe contigo


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