viernes, 1 de julio de 2011

Ella



Ella que se sentía sola; se sentía como con los ojos apagados y la sonrisa de lo que le hacía reír, pero Ella ya no se reía. Ella se sentaba en aquel sillón que hoy sigue nuevo, pero Ella ya era vieja. Ella y su andar inoportuno, su andar inquieto, el andar de no poder correr más lejos. Ella ya no hablaba mucho. Ella me enseñó que vale más un silencio que mil palabras, el silencio y observar; observando el mundo no parece tan feo. Ella a la que quiero tanto. Ella a la que no voy a poder escribirle algo digno. Ella que va a tener guardado un recuerdo para siempre. Ella que estará cuando no esté y quedé la cama vacía y la habitación fría. Ella que quedará en mi como yo mismo. Ella que se hizo cicatriz con el tiempo. Ella que aún guardaba el perfume que le regalé hace tanto. Ella que aún soñaba con sus muñecas de porcelana. Ella que me miraba tan fijamente. Ella que me regalaba caramelos. Ella que me cogía fuertemente la mano. Ella me dijo que no todos los finales terminan con las mismas letras.  



 Dedicado a Ella, esté donde esté.



1 comentario:

  1. Al leer tu texto me ha venido uno que escribí hace tiempo. Es algo invertido, se titula "Él":

    Sin que nadie pudiera remediarlo, el otoño se expandía por el pintoresco pueblo cómo una ingente ola marrón mientras la moza hojeaba con desgana el catálogo de juguetes del pasado verano en su cuarto, impregnado de una triste penumbra. Escrutaba cada imagen, cada precio, una sonrisa esbozada en el rostro de una pequeña bañándose en una piscinita de 29,99 €, el inmenso flotador de un niño que emana explosiones de irisada felicidad o el chorretón de agua fría que dispara una pistola de colores saturados.

    Tragando un insólito cóctel de nostalgia, rabia y saliva, recordaba las conversaciones que había entablado con él. “Hola cielo” “¿Cómo estás, cariño?” Y sonreía, dándose cuenta de que había desperdiciado el verano regalando carretillas de amor falsamente correspondido. Y volvía a sonreír al darse cuenta de lo estúpida que había llegado a ser.

    Contemplaba resignada la última página del catálogo, mientras éste se deslizaba entre sus piernas y se sumía en la oscuridad del suelo, liberando un tenue viento que rozaba sus pies desnudos. Y, junto con su demacrada alma, la joven se dejaba caer hacia atrás, suspirando mientras evocaba de nuevo su inolvidable cara. Aquellos ojos eran venenosos, y aquella sonrisa, letal.

    El desencanto la abucheaba desde sus más profundas entrañas. Aún lo quieres, no te hagas la desentendida, hipócrita. Y las lágrimas brotaban de sus iris amazónicos, mientras sollozaba y anhelaba los cálidos brazos de él. Él…

    ResponderEliminar