lunes, 25 de febrero de 2013

Adiós pequeña, adiós


Y allí estaba yo, con la mano levantada, despidiéndome, mientras esbozaba aquella sonrisa de "por qué te vas, estoy triste", e intentaba que las lágrimas no se me escapasen antes de tiempo, pensando soltarlas al darme la vuelta, cuando ya fuese demasiado tarde y viese el mundo desde la perspectiva de aquel que empieza a echar de menos.

Y el primer paso me suena a eco, a que no termina de empezar nunca, y recuerdo que tú te estás yendo hacia la dirección a la que se opone mi camino, y es casi imposible no tener ganas de salir corriendo detrás del tren que nos pierde, en el que estarás sentada, pensando qué sé yo sobre las despedidas. Y es que ya sabes que a mí decirte adiós nunca me sacia, que siempre me quedo con las ganas colgando del hilo de que nunca tengo suficiente de ti, de que me faltas tanto... aunque no lo intente. 

Y el segundo paso me araña el alma, si es que tengo, y el dolor me va subiendo por todas aquellas cosas que nunca te dije, cosas que ahora empiezan a sangrar, recordándome que quizá ya no hayan más oportunidades para nosotros, que todas las perdimos, pensando quizá que nunca se terminarían, y es que es muy bonito creer en los jamás cuando estás enamorado.

Y el tercer paso... creo que yo ya no soy en el tercer paso, que dejo de existir, y me desintegro en plena ciudad de Valencia, y paso a ser un constante ir y venir de todo lo que fuimos, como un álbum lleno con las fotos de todo lo que hicimos, y al final, un apartado con todo aquello que se nos quedó pendiente. Páginas en blanco, mirando al vacío, y me entra un vértigo raro, una angustia que me lleva a mirar atrás por instinto y... vaya, atrás parece un abismo, un montón de distancia insalvable, intoxicada de silencios de segunda mano, y lamento que mis piernas no aprendiese a correr sobre los errores que, a fin de cuentas, es todo lo que hay entre nosotros. Errores, tan hijos de puta y familiares, que terminaron pagando el alquiler de todos aquellos días donde solíamos ser felices. Y, mirando aún atrás, esbozo una de esas medias sonrisas que lo dicen todo. Y coloco aquel recuerdo en la última página del álbum, y cierro con candado toda nuestra historia. Ya sabes que tengo la mala costumbre de creer en los finales felices. Qué imbécil. 



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