domingo, 21 de octubre de 2012

Los buenos tiempos


El tiempo pasa para todos, incluso para los relojes. No perdona a nadie. El tiempo es el mayor verdugo.

Se ha quedado solo. Demasiado solo. Su soledad se ha convertido en el parque de atracciones del silencio. Un silencio que huele a tabaco. Un silencio con el que, últimamente, habla casi siempre.

Y, después, en el fondo del cubata del olvido, queda el miedo. Un miedo espeso, como gelatina. Un miedo que lo cubre todo con un manto negro de luto. Un miedo de quien son víctimas las esperanzas e ilusiones, los sueños e insomnios. Nada escapa al miedo, esa es a la conclusión a la que llegó una madrugada, tumbado en su cama, cuando la soledad le hacía cosquillas.

Aquella noche también llego a la conclusión de que podía derramar lágrimas hasta quedarse sin ellas, pero no hasta olvidar los motivos que le hacían llorar. Y supongo que llegar a esta conclusión, a esas horas, en ese cuarto, tan, tan lejos de su casa, le hizo sentirse excesivamente exiliado de cualquier sentimiento cálido y feliz. Repentinamente tuvo mucho frío. Pero supongo que hablamos de crisis temporales y traumas pasajeros que, en realidad, son circunstancias que siempre van cogidas de la mano.

La única esperanza que le queda es que lo que comentaba al comienzo de estas líneas sea cierto, es decir, que el tiempo pase para todos y sea el mayor verdugo de la historia de la humanidad. Ese es el único punto de luz que pinta la oscuridad en la que se ha sumido su vida.

Mientras tanto, vive y desvive en la sala de espera de los buenos tiempos: los tiempos felices. Esos tiempos en los que… bueno, sinceramente, no sé mucho de los buenos tiempos. Sólo podría deciros sobre ellos lo que he podido leer en los libros o ver en las películas.

Algunas noches (sobretodo aquellas en las que no puedo dormir) me gusta fantasear con los buenos tiempos. Cierro los ojos con fuerza e imagino que estoy en otro sitio, pero en el mismo lugar. Es como si acabase de despertar de una larga siesta. Por las rendijas de la persiana se filtran los rayos de lo que parece ser el atardecer más hermoso del mundo. No hace ni frío ni calor. Y siento que toda la gente a la que algún día amé es feliz. Se respira una extraña paz en el ambiente. Y tú estás ahí, conmigo. Aquí he de dejar claro que ese “tú” no es más que una referencia metafórica a esa persona a la que algún día encontraré. Esa persona con la que algún día aprenderé a ser feliz. Pero recuerdo que sólo es una fantasía y abro los ojos. Y repentinamente tengo mucho frío.


3 comentarios:

  1. No camines con la predisposición al tropiezo, Sergio.

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  2. Ojalá pudiera abrazarte y hacer que el frío desapareciera y, aunque presabiendo que posiblemente no sea ese 'tú', estar ahí para, no decirte, sino hacerte sentir, que está cerca. Solo tienes que vivir sin buscar, y encontrar.
    No te conozco demasiado, por no decir que nada y sin embargo siento como si te conociera bastante. Te mereces lo mejor, Sergio.

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