domingo, 14 de abril de 2013

Demasiado tarde


Sólo recuerdo que eran las 8 de la tarde, que llovía y que no lloraba, y que las lágrimas me quemaban en los ojos y que se me hizo un nudo en la garganta tan grande como el mayor de los silencios. Y, bueno, estábamos despidiéndonos, y el ambiente estaba impregnado de la tensión característica de la última vez que ves a alguien, no sé si me explico. Y todo sonaba a mentira, a plástico, a cirugía estética en mis acentos, a quiero decirte las palabras más bonitas del mundo por si ya no vuelves a escuchar mi voz nunca, cariño. Y cuando se dio la vuelta y empecé a sentir que la perdía, qué bonito, y qué tarde, la necesité más que nunca.

—¡Espera, un momento!
—¿Qué pasa?
—Que... joder, no puedes irte. 
—Sergio...
—No, escucha, si nos queremos, ¿por qué no?
—Sergio... yo ya estoy con alguien.
—¿Qué?
—Hace 3 semanas que estoy conociendo a un chico, no es nada serio, pero...
—¿Quién es?
—No le conoces.
—¿Pero qué hay de todo lo que dijiste que sentías por mí?
—Supongo que he aprendido a barrerlo debajo de la alfombra.
—No te pongas metafórica, vamos, no puedes dejar de sentir cosas de un día para otro.
—Ya sé que no, pero lo necesitaba. No sé, llegaste, llegamos, demasiado tarde.
—"Demasiado tarde" siempre ha sido mi hora favorita.
—Y es una pena.
—Entonces...
—¿Entonces?
—Nosotros...
—¿Sí? 
—Nada...
—Eso es, supongo, nosotros: nada.
—Y es una pena.
—Me tengo que ir ya, Sergio, cuídate, ¿vale?
—No lo haré. 

Y, sin decir nada, sonrió, me dio la espalda y se fue. 
   Y desde entonces siempre llueve a las 8 de la tarde, no sé...



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