domingo, 1 de agosto de 2010

Biografía de mi abuela octogenaria



La abuela María no dormía mucho, por eso siempre se acordaba de los sueños. Aunque desde que nació nunca tuvo más sueños que conseguir aquella casa de muñecas de porcelana que nunca consiguió. El dormir se le acabó cuando inventaron la lavadora, y el sonido de la centrifugadora le comía las legañas, como las mariposas se comen el chocolate Nestle, cuando lo dejo en la ventana y me descuido.
Mujer centenaria, de ochenta y tantos años. Cuya mirada dice más que cualquier revista de época. Cuyas arrugas dicen demasiadas batallas vividas. Le encanta jurar por Dios. Hacerse la víctima de un pecado que nunca cometió, pero que sufre. Quizá, el tema "justos por pecadores" siempre le fue como anillo al dedo. Se casó con veinti pocos años, cuando era mujerzuela de esas que alegran la vista. Pero de esa mujer ya queda poco. Quizá alguna mirada robada al tiempo, cuando nadie la ve, ni a nadie le importa.
La gente dirá que siempre está enfadada. Que siempre está sospechando con ese entrecerrar de ojos, como los japoneses. Pero, no es así. Lo que ocurre es que siempre habla gritando y: todo lo exagera un poco. Miedo tendré yo cuando susurre y maldiga. Que las abuelas tienen fe, y lo que dicen suele cumplirse. ¿El entrecerrar de ojos?: un simple fallo en fábrica. Un brote de cataratas que no se muestra en su totalidad, ¿quién sabe?
De pelo rizado, ocasionado por esa permanente temporal, que cada poco se hace en la peluquería donde ha ido toda la vida. Creo que incluso, desde antes de que existiese. ¿Su primera cita para el tinte? Cinco años antes de que le apareciese la primera cana. Pobrecitas las canas, si te contase yo las barbaries que pasan hoy en día, donde ya no se respetan; se tiñen.
¿He hablado de sus ojos? Ojos de color verde. Verde como el de las hojas de los árboles perennes en primavera. Bueno, en realidad no me acuerdo ahora mismo de su color, pero me parece (y estoy seguro) de que tiene una mirada preciosa.

Lo que sí recuerdo como si un elefante fuese, son las expresiones de sus ojos, es decir, de esas palabras visuales. Podría hacer una álbum con estas, siempre hablándote de cosas que han pasado. Cosas que ya no existen y, deberían existir. Me pregunto que, cuando ya no esté, sólo quedará mi recuerdo para evocarla, frente al olvido que intentará llevársela hacia la oscuridad.
Se ríe como una gata. Y otras veces, como un diablo. Porque también le gusta gastar bromas y casi siempre, sólo le hacen gracia a ella. Quizá no sea su intención, pero las desgracias ajenas la divierten (siempre y cuando estas no sean muy dolorosas).
Más de una vez hemos dicho que serviría para cómica. Es algo que le viene de nacimiento, desde que se jubiló y mira la vida desde la perspectiva del que va muriendo, y no desde esa otra del que va creciendo. Lo peor de todo es que ella no quiere ser graciosa. No le gusta que se rían de lo que dice. Pero, está tan cuca cuando se enfada. Cuando se pone sería y te mira con cara de psicópata. Cuando se lleva la mano al pie y, quitándose la zapatilla, te amenaza con ella como si fuese un arma mortal, capaz de asesinar con sólo rozar la piel. He de decir que ha perdido puntería, eso ya no me preocupa. Pero hubo un tiempo en que aprendí a respetar la zapatilla de ese material poroso que sólo se vende en mercadillos y en tiendas Low Cost (la de los chinos).
Su caminar es inseguro. Siempre recordará que un clavo le atraviesa el tobillo desde que se calló de una escalera, mientras intentaba ganarse el jornal, para llevar un plato caliente a sus hijos. Le han operado tres veces desde aquella fatídica caída. Aunque le duele, ella se enorgullece de ello. Es una superviviente en tiempos de guerra. Mi heroína particular.
Me encanta cuando a ella le encanta decir que ha trabajado mucho. Le gusta hacer saber a la gente que, pese al tiempo y a la edad, sigue tan activa como siempre. Puede decir que está harta de poner lavadoras. Puede decir que está cansada de tender la ropa. Pero yo sé que, si nada de eso hiciese, estaría un poco más muerta. Quizá ella también lo entiende. Pero en esta vida, el que se enamora de su trabajo es masoquista; y es bueno decir en voz alta que no te gusta lo que haces. Así, al menos, una parte de ti nunca sucumbe ante la tentación del trabajo. Vaya, jamás pensé que el trabajo crease tentaciones, WTF.
Una imagen reciente, de esta mañana: Yo en la cama durmiendo, intentando digerir el alcohol de anoche. Ella, enciende la luz, entra en mi cuarto, y hace una selección perfecta de aquella ropa que tiene que meter en la lavadora. La verdad, está perfectamente cualificada para ello.
No sólo sabe realizar las tareas de la casa. Creo que esto de escribir lo heredé de ella, aunque ella no sabe escribir. Pero sabe contar historias. Sabe hacerte prestar atención y que se te abra la boca de embobamiento. Sabe dejarte con la intriga y jugar con tus sentimientos. Hacerte reír. Mentirte. Doblegarte y hacerse de rogar.
Sabe que las personas de la 3ª edad suelen provocar compasión y pena. Respeto y admiración en ojos de otros. Y se vale de eso para mover los hilos en beneficio propio. Es lista, sin duda.
Me acuerdo y sonrío. Ahora me doy cuenta de todo lo que ha pasado. De lo poco que le queda por pasar. Tranquila María, tengamos fe en que moriremos pronto, quizá dentro de unos cien años.


4 comentarios:

  1. Genial de verdad muy bueno, si metieran a tu abuela en un pueblo medianamente pequeño y me dieras una semana sería capaz de encontrarla.

    Felicidades por la entrada y por tu abuela.

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  2. Jajajaja, te respondo por twitter!

    Mi abuela sigue en buen estado, le diré que te has interesado por ella y se alegrará, aunque evitaré decir nombres para que no molestarla.

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  3. No, no te conoce y si le digo tu nombre puede pensar que tiene alzheimer o algo raro... es por su bien.

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