viernes, 17 de diciembre de 2010

Instinto animal

25 horas de la noche de San Valentín, un 14 de febrero para olvidar, como se olvidan los domingos grises de cumpleaños o el mal sabor de boca de un beso que no consigue despertar.

Corres por los pasillos de la estación con un ramo de rosas rojas que brillan en las paredes de un negro aterrador. A cámara lenta, aunque el reloj siga su paso firme; a cámara lenta corres con furia hacia los bagones del metro que rugen en las vías con un sonido metálico de prisión. Sabes, no vas a llegar, las prisas siempre dicen que casualmente no hay prisa posible para alcanzar el final.

Cariño, lo siento, yo ya sabía que no llegarías, que tus promesas no pueden vencer las casualidades de este perro mundo. Yo ya sabía que la pasión no consigue que las cosas salgan bien. La pasión siempre acaba en el llanto o la rabia, porque no hay suficientes kilómetros cuadrados en el corazón para sentir todo esa acumulación de besos y caricias que acaban explotando en miradas de extreñimiento emocional.

Corres por los pasillos de esa vieja estación del Boulevard con un brillo de ojos que grita que las lágrimas te pinchan la retina con ansiedad. Puedes llorar cariño, nadie te va a preguntar, y si preguntan diles que se te ha metido en el ojo una de esas pestañas que se mueren de la risa. Cariño, siento mucho que hoy no pueda ser un día espacial (astronaútico); un San Valentín para desechar por la mañana con los escasos preservativos sentimentales que caducan sin usar. Sabes, no sé si nuestro amor es de papel o de cartón, de vidrio o plástico, si nuestro amor es orgánico y se consume con cada bocado de humanidad, ¿quién sabe? puede que nuestro amor sea un sabroso mordisco que va perdiendo su sabor, como las pizzas de esa pizzaría de esa calle que llovía sonidos confusos de cristales rotos y The Strokes.

Estés donde estés, alza las manos hacia el encapotado cielo de estación y menea tu cabeza al son de esos latidos que surgen cuando duelen los segundos ¡qué no se te olvide! es lo que hace la gente cuando pierde la esperanza, que en estos casos se pierde cuando pasa el último bagón ¡Qué desolación! Luego tira las rosas en el andén y escapa escaleras arriba con toda la fuerza de un adiós, que la cámara se quede mirando las rosas con expectación, como muestra de que algo huvo entre los dos, algo rojo y frágil, tenue y fugaz. Un amor orgánico que se consume como un pétalo de rosa; eau de toilette, eau de amor. Eau que me compraré la próxima Navidad, cuando empieze a olvidar nuestra historia y mi olfato no recuerde el olor de tus dedos por mi espalda, cuando mis sábanas hayan olvidado el calor de tu piel o cuando las lentejas no me sepan como las hacías tú.

Por fin puedo reconocer que nuestro amor fue el de dos perros callejeros, dos perros de estación de metro, de un metro del Boulevard Instinto Animal.


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