jueves, 20 de mayo de 2010

El baile con la sombra

PRÓLOGO:

Una tormenta de verano se desarrollaba tras los ventanales de un viejo palacio abandonado, situado en lo alto de un acantilado rocoso de difícil acceso, a orillas del Mar Caspio, donde dicen que, hace tiempo, surgieron de sus aguas la Tempestad y la Calma; el Caos y el Orden.
Tras un gran ventanal de cristales ojivales con vistas al mar, una extraña sombra bailaba al compás de unos acordes clásicos, de composición italiana.
Bailaba y, cuando la música dejaba de sonar, se detenía.
Pero entonces, la música regresaba a su punto de comienzo y la sombra volvía a realizar sus pasos de baile; siempre en perfecta sincronización.

EDWARD VOICE:

El ingenuo niño, de no más de siete años, corría medio perdido por caminos de musgo y fango, entre los frondosos pinos de un bosque encantado por donde, de vez en cuando, conseguía colarse un rayo de luna que iluminaba brevemente el camino bajo sus pies.
No tenía miedo a la oscuridad. Bien sabía que lo único que hacia latir su corazón con desmesurada fuerza, eran las prisas que tenía por no llegar tarde a su misteriosa cita; esa cita que había sido escrita en la tierra de la playa, dos días antes, cuando la tormenta se encontraba lejana y uno podía darse un chapuzón en el agua sin temor a que, al día siguiente, encontrasen su cuerpo empotrado contra las afiladas rocas.

Los búhos de los arboles le miraban con ojos inyectados en sangre y emitían, a su vez, pequeños silbidos que bien podían haberle parecido alegres a la luz del día; pero bajo las sombras del bosque, no eran sino dagas que se clavaban en la conciencia y se repetían con aterradora monotonía.

El chico se llamaba Edward Voice y aquella isla se llamaba Purple Rain; aunque algunas personas la llamaban La Mano. Allí, siempre se había sentido extrañamente aburrido, a fin de cuentas, era el único niño que pasaba el verano prisionero con sus padres en la casa heredada de sus abuelos, al extremo oeste de la isla.
Una casa aburrida, con olor a periódico viejo y a humedad, y decorada con tapices que representaban escenas de caza y de guerra; cosas que Edward siempre había aborrecido.

Él prefería sumergirse en la aventura y explorar zonas desconocidas de cualquier lugar al que tuviese acceso: el desván, el cuarto cuya llave estaba escondida en las medias más viejas de mamá, el interior de un baúl, el exterior, sin más, de su odiosa casa de verano...
En definitiva, Edward Voice, era un chico aventurero e imaginativo, capaz de encontrar en un árbol tronchado, la escalera que sube (o según que árbol, desciende) hasta los maravillosos Jardines de Diez Días, y si no conocéis la existencia de tal lugar, os quedan diez días para descubrirlo, pues estos desaparecen cada cierto tiempo y regresan con otro nombre, para que, de tal forma, uno pueda enorgullecerse de haber visitado muchos lugares cuando, en realidad, sólo ha ido al mismo sitio muchas veces.
La única vez que Edward se lo pasó bien en aquella isla (que si se miraba desde el avión, semejaba una mano abierta a lo desconocido), fue cuando sus padres decidieron hacer una pequeña mudanza para darle un aire más actual a la vieja casucha.
Ese mismo día, mientras todos se encontraban pendientes de que los muebles no rallasen las paredes al subirlos por las escaleras, ni de que de la lámpara de lágrimas se desprendiese un cristal; Edward encontró sin preaviso el libro “Mil lugares donde puedes encontrar puertas de baño que no conducen al baño, sino a la tierra donde no existen los baños” Para gran sorpresa de Edward, ese libro había sido escrito por nada menos que por W.C.E (Wolfgün Carl Enterprises) que, aunque nada tiene que ver con ésta historia, después de escribir el libro se hizo sumamente rico con la creación de su primer retrete con depuración de agua (el que hoy se utiliza en todas las casas con cierto grado de higiene).
Aunque, aparte de ese momento, y de las pocas veces en que las estrellas formaban nombres en el firmamento, Edward nunca encontraba en aquel paraje desolado nada con que saciar su apetito infantil; desgraciadamente, irse o no de aquel lugar no dependía de él, sino de esas personas que se hacen llamar padres y que creen saberlo todo cuando no saben más que lo que sus ojos pueden mostrarles; siendo completos inútiles en conceptos como la imaginación imaginativa, la perspectiva rallajo o la creación de motes para personas que te caen mal desde antes de que entren en tu vida, como sucede con los tres hermanos “Ge”: Gustave Dint Cagié (Gustavo Diente Carie), Guillaume Lesson in Blanqué (Guillermo Libro en Blanco) y Gilbert Cap di Basen Arrugé (Gilberto Cabeza de Pie Arrugado).
De todas formas, las vidas de los hermanos “Ge” no tienen nada que ver con ésta historia, pues sucedieron hace millones de sueños perdidos, cuando a Edward aún no le habían crecido los primeros dientes y su padre aún podía presumir de una bonita mata de pelo; y su madre podía ponerse (sin meter barriga) ese vaquero que se compró cuando era una adolescente y se había vuelto a poner de moda, pues siempre suele suceder que, con el paso de los años, las nuevas generaciones salen más anticuadas y tienden a refugiarse en los estilos pasados.
¿Por qué sino fabrican coches tan ecológicos, sino para imitar a esos automóviles que tan poco contaminaban en la época de nuestros abuelos?

Edward seguía corriendo por los oscuros caminos del bosque, guiándose en su totalidad, por las breves visiones que, tras los arboles, aparecían de la mansión sobre el acantilado; el lugar donde se produciría la misteriosa cita.
Poco a poco, sus pies se fueron agotando, y su pecho empezaba a bajar y a subir en una frenética procesión que, sin embargo, no le obligó a parar para recobrar el aliento. Las ganas de descubrir qué o quién le esperaba tras las viejas paredes de la construcción gótica, eran suficientemente fuertes como para recrear en él la idea de que, el cansancio, no es sino un destello de esa parte del cerebro que se muere por llegar tarde a todos los sitios.
Ya había dejado de contar los minutos que llevaba corriendo sin dirección fija cuando, de repente, la distancia entre los árboles se fue agrandando y apareció, en el horizonte de su visión, un claro; tras éste, la mansión sobre el acantilado esperaba sumida en una misteriosa neblina que, hasta entonces, no había conseguido admirar.
Se detuvo al lado de una gran roca y se apoyó con los brazos extendidos, mientras recuperaba el aliento.
Pensó en acabar con toda la aventura y volver a casa, se estaba haciendo muy tarde y, después de todo, sólo era un simple niño de siete años sin más seguridad que la propia convicción de que su cita no representaba peligro alguno. Idea que, básicamente, se sostenía con ciertas hipótesis acerca de la relación Oscuridad-Miedo que había aprendido a calcular de pequeño, cuando en su cuarto se formaban extrañas sombras que combatía ocultándose tras sus sábanas de dibujos estelares; estrellas, galaxias y perros con cascos de astronauta. Pensó que, cuando encendía la luz, desesperado por tener que volver a encontrarse con esas “sombras”, comprobaba con alegría que no eran sino la chaqueta y el albornoz que estaban colgados en la percha y que, cuando la luz proyectaba sus contornos, semejaban monstruosas figuras fantasmales. Nada más.
Edward concluyó pues que la relación Oscuridad-Miedo, variable "x", dependía del contorno de la prenda que se proyecta, variable "y", y además, del grado en que uno necesita gafas, variable "z", teniendo en cuenta también si se necesitan gafas de lejos, "z1", o si se necesitan de cerca, "z2".

Queridos lectores, éste es el punto en el que Edward Voice, decide mover primero un pie, luego otro y, sucesivamente, poco a poco empieza a andar hacia delante.
Comienza a dejar sus huellas sobre el suelo húmedo del bosque, en dirección a la mansión sobre el acantilado.

CONTINUARÁ...

2 comentarios:

  1. ¿Sabes? No sé cuánto tiempo llevas escribiendo, pero eres lo mejor que he leído en la bloggosfera ^w^, y, si me descuido, superas a algunos libros que tengo en la estantería. En cuanto pueda, leeré más del blog, que me quedo con las ganas con falta de tiempo. Sobre todo de ese relato de la chica de ojos verdes y el del ángel, que tengo ambas imágenes jeje.

    Un beso, espero ese continuará :)

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  2. Muchas gracias Rose :)
    Llevo escribiendo desde hace dos años poesía, y pasé a los relatos hace unos meses, y la verdad que me gusta bastante.

    En más que un honor (suena demasiado cursi) que me quieras leer!

    Un beso!

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