lunes, 28 de febrero de 2011
Las tardes incandescentes del verano de 1903,33
martes, 22 de febrero de 2011
Incómodos silencios
lunes, 21 de febrero de 2011
Nadie hablará de nosotros cuando ya no estemos (o cómo estar presente en un futuro condicionado)
como en cada suspiro,
como si todo valiese,
como si el mundo fuese un "aún queda tiempo"
Y me pregunto,
me desvelo,
me derrito algún segundo,
me etiqueto de inoportuno,
me sorprendo dejando los trastos sin ordenar y
duele mucho, casi siempre.
Ya no es como antes,
con luz de sol muerto,
de sol olvidado
o sol que ya no calienta tanto.
Ya no es como siempre,
como si nuevo,
como si me sorprendo,
como si me asfixiase de valentía,
como si bueno, después de todo, no cuento las horas (con los dedos)
Y, en mi opinión,
no importa mucho,
nunca ha importado,
el tiempo pasa,
el tiempo dice,
el tiempo sigue,
el tiempo nos corroe y distancia,
pero el tiempo es nuestro amigo, ¿verdad?
el tiempo es lo único que queda cuando no estamos,
aunque sea un tiempo vacío de algún susurro intacto en labios.
Y me cuesta reconocer estas cosas que,
casi todos,
habituando (malas) costumbres,
creemos que pasan por naturaleza,
como si las (putas) casualidades,
fuesen dictados de conciencia.
Yo me recreo en la idea de que perdemos,
poco a poco,
a momentos inoportunos,
a sonrisas y lágrimas,
a horas y segundos,
perdemos,
sin saberlo.
Y sin saberlo, también creemos que vivimos. A fin de cuentas, desde el principio, estamos absolutamente seguros de que esto no es un sueño, aunque no hayamos despertado todavía. Porque, siendo sinceros, no podemos correr tantos riesgos gratuitos de posibles accidentes. No podemos correr descalzos con el suelo lleno de cristales rotos. No podemos gritar más alto, porque tenemos la sensación de estar afónicos de alguna carencia sentimental que nos oprime.
jueves, 17 de febrero de 2011
Este mundo no baila muy bien contigo

Lo siento por esas personas que siempre han creido que el mundo no cambia, que todo perdura, que no envejecemos, que no existe la desesperanza, que las modas no matan, que no... que no hay nada malo ahí fuera. Que la belleza está en el interior.
viernes, 11 de febrero de 2011
Aquel momento de Aquella tarde

¿Y el orgullo? ¿qué decir de él? El orgullo se me da bien, lo comprobé Aquella tarde. El orgullo. No hago nada cuando quiero, no corro cuando ladran mis pies por alcanzarte y, cuando debería llorar, quizás me río y se me secan los ojos para adentro. Así es el orgullo, todo lo contrario. Y si lo hubieses sabido, quizás entonces, ahora sería distinto y me ahorrarías estas palabras y pecaríamos de amor eterno, como siempre.
Aquella tarde, ¿recuerdas? Aquella tarde de otoño, de hojas cayendo sobre nosotros, de hojas muertas bajo los pies descalzos, del viento jugando con tu pelo y con mis sentimientos. Aquella tarde nosotros también éramos dos inocentes y delicadas hojas que caminaban por ese camino desierto de personas y de sueños. Aquel camino en cuya ausencia nos sentíamos más poderosos y creíamos que nuestro era el mundo entero. ¡Somos los reyes del mundo! gritábamos, y nadie nos oía. Ya ves, estábamos más solos que ninguno.
Y en Aquel momento de Aquella tarde, cuando el silencio se coló entre tu boca y la mía, y cuando estábamos sedientos de algún extraño beso de última hora que ninguno reconocía. En aquel momento nuestras miradas ya eran conscientes, estaban frías y quizás vacías. Y nuestros pasos más lentos, como retrasando lo inevitable, como sabiendo que, a pesar de todo, el mundo seguía girando y el tiempo no se detenía. ¿Por qué no paramos allí y recurrimos a algún ingenuo abrazo que lo arreglase todo? ¿El orgullo? Supongo que, después de todo lo que hemos vivido, después de todo el amor, después de todo el sol y toda la lluvia, después de tantas comidas y cenas, y películas de amor y risa, después de tanto, puede que esto del amor sea como dice la gente.
jueves, 10 de febrero de 2011
La ventana indiscreta
¿Hubiese corrido entonces? Quizás si hubiese tenido espasmos de odio por tu pelo. Quizás si hubiese sido más consciente del daño que mi corazón compraba, eternamente merecido y a buen precio. Y quizás, no, quizás incluso hubiese destinado mi tiempo libre a liberar escamas y tensiones hablando contigo hasta que la luz de la noche nos asombrase con la boca abierta y el bostezo simple que nos despedía a besos.
Pero es tremendo esto de no poder alcanzarte nunca; y cada paso que doy me hunde más en el fondo de este vaso que, medio lleno o medio vacío, no se dignan nuestros labios a probar. Maldita falta de entusiasmo e interés, podrían descender en espiral elíptica los miedos y quedar nosotros expuestos a la vida sin máscaras, sin acuarelas, sin espejos vacíos de rostros irreconocibles. Nuestros rostros que viven el cuento sin inmutarse.
Pero, a estas horas, ya es demasiado tarde y me dirijo compensando en una pierna el dolor del corazón hacia casa; hacia la cama honda y las sábanas retorcidas. Me dirijo sin pensarlo hacia la habitación del oscuro techo y las sombras en las paredes, y el batín en la percha que me ríe como sonámbulo. Y así, de esta forma, como siempre, perdiendo constancia inconscientemente, termino moribundo en un vaso de leche caliente a altas (o bajas) horas de la madrugada. Implorando con sarcasmo frente a una de Woody Allen que no se nos pasen las horas volando; porque cuando las horas vuelan terminamos antes de lo que tardamos en abrir los labios y decir la primera, absurda e inocente, palabra para romper el silencio.
miércoles, 9 de febrero de 2011
Trastornos de conciencia
Preguntas retóricas

Pensaba que me había perdido en algún vaso medio lleno o medio vacío; estoy seguro de que no importa demasiado.
Yo pensaba que había perdido el gusto por volverme loco al despertar, por contar estrellas a dedo y no sumarlas, y luego perderme en preguntas sin respuesta; perderme en aquellos años de vicio adolescente que quemaban.
Yo pensaba que habían pasado esos miedos de hace mil días, cuando era tan distinto que la ropa ya no me cabe. Ha salido mucho el sol desde aquellos lejanos sueños de surfista, en los que aparecía en la cima del mundo, lleno de orgullo y picor de ojos. Había que despertar y la almohada seguía sugiriendo una salida.
Yo pensaba que había perdido los papeles hace tiempo. Los paples y la maleta. Pensaba que el camino había terminado y ahora tocaba esperar en la parada del bus el transporte que me llevase de nuevo a rayarme de coca cada segundo, y volar hacía cualquier lugar del mundo que me hiciese sonreir y abrir las alas.
Sabes, había tirado la toalla. Y el ring desde entonces estaba como sumido en un hipnótico segundo que no concluía nunca. Y yo, en una esquina, con una de esas miradas perdidas que tanto me gustaban porque decían de todo y no hablaban nunca. Con la mirada perdida esperando el encuentro fantasmal que me devolviese las fuerzas para actuar.
sábado, 5 de febrero de 2011
Voy a romper las ventanas
detecto que al fin te dignaste
a cumplir con la cita inaudible,
y me alegro, y me enfado a la vez.
Mirarte de frente.
Admito en voz alta
que no pocas veces he sido tentado
en coger mi esperanza
y lanzarla sin más a la fosa común
donde yacen los sueños
que nos diferencian.
Una imagen vale más que mil palabras
¿Nunca pensaste en dar el primer paso? En saltar al vacío, en coger mi mano, en buscar mi mirada entre la multitud y, no estamos solos, estamos juntos y estos días brillan, brillan más que nunca, que siempre, que jamás.
A veces la vida es masoquista y nos da alguna que otra sorpresa.
Nosotros, que vivimos en el mundo de las fantasías, donde todo es posible a fin de cuentas. Donde todo lo imposible siempre resulta ser algo imprevisible, y sucede cualquier inesperado día de febrero, cuando estamos como expectantes de que se rompa el hielo que recubre nuestro sliencio. Un silencio que se muere de frío desde hace quién sabe cuántos sueños dormidos que no despertarán.
Y luego perdemos la cabeza y la noción del tiempo; tú siempre has sido la locura de mi vida.
Aquí estamos, en tiempo muerto o vivo, no importa si sea como fuere nunca estás aquí. Así que en este momento estoy incompleto, que cruel, que inoportuno haber encontrado tu nombre escrito en mi piel. Que casualidad tan hermosa, que vértigo tan sano. Este cáncer mata bien.
Y ahora me propongo encontrarte. Encontrarte en silencio, disimulando el amor que me quema, y el silencio... el silencio que sigue estabilizando los días. Así me mantengo con fuerzas para rescatarte si te veo saltando, por si te veo rompiendo ventanas o por si te veo corriendo escaleras abajo buscando perderte.
Yo me perderé contigo.