lunes, 27 de mayo de 2013

Sobre aquello


Era un poquito dejarse llevar, sino no, sino quererla terminaba asfixiando, como una de esas noches calurosas de agosto en las que ni siquiera puedes dormir. Y es que ella era también un poquito insomnio. Recuerdo... recuerdo que un día la llevé a ver un atardecer. No era el atardecer más bonito del mundo, pero tampoco importaba, recuerdo que allí, a su lado, sin prestarle atención a nada que no fuese suyo, odié no poder detener el tiempo. Odié que el contacto no fuese excesivo, que no hubiese suficiente ración de besos. Si existe un límite en todo, os aseguro que no había ninguno en las ganas que le tenía. Que yo aprendí a desvestirla sin tocarla, chicos. Que aprendí a fotografiarla con palabras, en poemas que nunca me atreví a escribir. Que aprendí a besarla sin rozar sus labios. Aprendí, y qué bonito, a echarla de menos cuando estaba. A morir un poquito cuando se iba, y cuando decía "adiós" y sonaba como un disparo. Que yo por ella dejé de perder todos los trenes. 

No sé. Aquello fue hace mucho, y si cierro los ojos sólo puedo escribir lo bonito, que ha quedado como una pequeñita y, sí, vale, preciosa cicatriz. Al final, dicen, y será verdad, que el tiempo sólo nos hace guardar las cosas buenas. Los atardeceres como aquel. Las tantas noches de mirarnos sin decir nada. Las muchas sonrisas al verla aparecer, ya por el horizonte, y que conforme se acercaba más, yo latía más fuerte. Como si me fuese la vida en ello. Como sí, y supongo que así era, me fuese la muerte sin ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario