jueves, 7 de marzo de 2013

Llovía




Recuerdo que llovía, y consumías tu tiempo mirando cómo se deslizaban las gotas de lluvia por el cristal. Y otra vez te miraba desde la distancia, intentando no perder la conciencia ni la noción de la realidad, y es que perdona que te diga pero eras como un sueño, de la misma sustancia que no entiende de perfecciones ni imperfecciones, tú eras algo más. Tú eras tú. 

Y, entonces, el destino nos encontró, y me miraste, y nos miramos, y sonreímos sin venir a cuento. El cuento de la casualidad, es mi preferido. Tú te tocaste el pelo, ahogada de nerviosismo. Yo cerré fuerte la mano, no quería perder el equilibrio. ¿Me puse rojo?, supongo, pero creo que es totalmente normal perder los papeles por alguien como tú.

Y, allí, mientras la lluvia caía y nosotros nos deslizábamos, a distancia, el uno dentro del otro, observé que tus ojos eran negros, y que tenías la mirada más triste del mundo. Y ya sabes que a mí siempre me ha gustado lo triste. Así que, podría decirse, yo ya estaba predestinado desde un principio a quererte, a perderme en todo lo tuyo; y a encontrarme en ti, como si fueses esa pieza que le falta al puzzle de mi vida.

"¿Qué?", dijiste, y sonreíste con ese típico nerviosismo que nos sale improvisado cuando el corazón va más deprisa que las ideas. 

¿Qué? Pues que todo, que no sé qué, pero que te quiero, sin saber muy bien por qué, ni cómo. Que voy a perderme en tu mirada, si me dejas, y que tengo ganas de invitarte a que escapemos juntos, algún día, cuando nadie mire ni a nadie le importe. Que me muero por saber cómo hueles, y a qué saben tus besos, y que si escalar tu cuerpo da tanto vértigo como parece. Que sonrías, anda, que es como que difuminas el mundo cuando lo haces y nada importa tanto, y los problemas se terminan durante un rato. Que me hagas volar, de nuevo, sin moverme del sitio. Corre, hazme soñar despierto, sólo tú sabes cómo hacerlo. Que quiero escribir la biografía más maravillosa del mundo a tu lado, y que me quites el miedo que tengo de que pase el tiempo sin que pase nada, que contigo ya es suficiente para todo, que satisfaces todos los deseos del mundo sólo estando. Pero no te digo nada de eso, ¡por favor!, tengo un orgullo que alimentar.

"Nada", respondí, y me fui sin cerrar la puerta, por si algún día te apetecía entrar.

Recuerdo que llovía, y consumías tu tiempo mirando cómo se deslizaban las gotas de lluvia por el cristal...


3 comentarios: